Caminaba por los oscuros callejones de la ciudad de Volterra, en Italia. El gran reloj marcaba las tres de la mañana, una hora en la cual se le podía ver deambular como vil espectro. Sus pasos no producían sonido alguno sobre el empedrado que marcaba el camino que sus pies recorría. Todo estaba en silencio.
-Isabella.- escuchó una voz llamarle y pronto se vio invadida por una sensación de calidez. Adoraba escuchar esa voz, sentía que su vida volvía a ser suya.
-Hermana.- pronunció como respuesta. La otra se detuvo ante ella con una bella y cálida sonrisa adornando sus labios. -¿Te han enviado a buscarme?- le preguntó con curiosidad, pero a la vez, con algo de ansiedad.
-No, he venido por mi propia cuenta. Estaba segura que te encontraría por aquí.- respondió honestamente y sin apartar la mirada de Isabella.
-Me alegra que lo hicieras, Heidi.- una sonrisa se extendió por su rostro, y sus ojos violetas adquirieron un nuevo brillo.
Heidi es una muchacha alta y con una figura marcada; curvas en su sitio. Su cabello es de un lustroso color caoba, y su tez es tan pálida como la de cualquier vampiro existente. Sus ojos son rojos, símbolo de su dieta basada en sangre humana, pero usa lentillas azules, dándoles ese extraño matiz violeta.
Isabella es una vampiresa joven, estancada en las quince primaveras eternas. Su cabello es largo y castaño, a media espalda y un poco ondulado. Sus ojos solían ser marrones al estar viva, pero ahora son tan rojos como el resto. Usa lentillas como Heidi, lo que les facilita verse como hermanas reales.
-Haz estado un poco sombría, ¿no te parece?- preguntó la mayor, mientras apartaba algunos mechones castaños del rostro de su hermanita.
-Solo he pensado un poco en mi pasado.- dijo. –Quisiera vengarme por lo que nos hizo, quisiera matarlo con mis propias manos...- agregó mientras a su mente venía la imagen de aquél horrible hombre que había destrozado toda su vida en cuestión de horas.
-¿Y qué te lo impide?- le preguntó la otra, mientras una sonrisa maliciosa se adueñaba de sus labios.
-No creo que al amo Aro le guste.- la imagen del vampiro vino a inundar sus pensamientos.
Aro es uno de los Vulturis. Él, junto con Cayo y Marco, son los encargados de mantener la existencia de los vampiros en total secreto. Viven en Volterra, y junto con la guardia real -ya que los Vulturis son la realeza vampírica- controlan cada movimiento mal efectuado de su especie. Todos tienen poderes asombrosos, por eso es que se les permite unirse al grupo.
Aro, Cayo y Marco, tienen siglos de existir; nadie sabe por qué siguen juntos, dada su dieta a base de sangre humana. Los de la especie no tienden a agruparse en cantidades grandes, a excepción de dos clanes. El clan de Denali, ubicado en Alaska. Y la familia Cullen, en Estados Unidos. Muchos aseguran que su sed de poder y la ambición por el control les permiten seguir con el resto. Nada es seguro.
-Preguntémosle.- la simple sugerencia iluminó el rostro de Isabella. Y pronto ambas dirigieron sus pasos al castillo que habitaban, dispuestas a conseguir su objetivo.
-Visito a un viejo amigo. ¿No te alegra verme?- la sonrisa en su rostro se ensanchó al ver al hombre acorralado contra la pared. Su risa se escuchó musical, alegre. Este era el momento que tanto había deseado, ahora tenía una razón más para entregarle su existencia al amo Aro.
-Mira como tiembla esta asquerosa rata.- murmuró Heidi, mientras su atractiva figura cruzaba el umbral de la puerta. –No puedo creer que ensuciarás tus manos con él, Isabella.-
-Antes de acabar contigo, debo agradecerte el que me hayas llevado hasta Heidi.- sus dedos atraparon el rostro de Phil, quién solo miró aterrado a su hijastra, aquella dulce e inocente niña que había desaparecido tres meses atrás, el mismo día que Renée Swan murió. –Si yo no hubiera caído en ese callejón, ahora no sería un vampiro.- los ojos del hombre se abrieron con incredulidad.
-Nosotros también deberíamos darle las gracias, en ese caso.- murmuró una seductora voz masculina desde la ventana. Dos figuras cubiertas por largas y negras capas se introdujeron en la vivienda, clavando sus ojos carmesí en el tembloroso sujeto.
-Félix, Demetri.- saludó dulcemente Heidi. -¿Qué hacen en Barcelona?- preguntó visiblemente curiosa.
-No queríamos perdernos el espectáculo.- dijo Félix. Demetri solo asintió y se echó a reír, mientras ambos dejaban caer las capuchas.
Un grito resonó en el silencio sepulcral de aquella lluviosa noche. Barcelona se estremeció a la mañana siguiente, cuando el cuerpo de Phil fue encontrado crucificado en la pared de su casa. Marcas de uñas y colmillos, huesos destrozados; torturado, fue la palabra que muchos usaron. ¿Lo más aterrador? En su cuerpo no había una sola gota de sangre.
-¿Cómo es eso posible?- preguntó Aro, mientras flotaba alrededor de Isabella. Ella solo lo contemplaba con respeto. -¿Qué dicen que ha ocurrido?- le preguntó a los otros. Félix, Demetri y Heidi se encogieron de hombros, asombrados por la misma razón.
-Mi corazón ha vuelto a latir cuando bebí la última gota de su sangre.- pronunció Isabella con asco, pero siendo sincera. –Creo que he obtenido su vitalidad, aunque dudo que se detenga alguna vez.- la posibilidad de morir ahora que tenía una vida eterna no pareció de su total agrado.
-Debe ser ha causa de tu poder.- concluyó Marco, desinteresado en el tema.
-Deseabas tanto arrebatarle su vida, que pasó a ser tuya.- dijo Cayo, mientras una sonrisa burlona se instalaba en su rostro de granito. –Ahora será más fácil que hagas tu trabajo.- Aro rió alegre, viendo el lado positivo del asunto; pues no lo había pensado hasta que su hermano lo comentó.
-Es posible.- murmuró ella como respuesta. -¿Puedo?- extendió su mano hacia Aro, quien asintió y la tomó entre la suya. Los pensamientos entusiastas de Aro pronto fueron oídos por Isabella, quien solo asintió y se retiró.
-Definitivamente, ella es perfecta para el trabajo.- concluyó Cayo.
-Lo sé. Me alegra que Heidi no la matara en ese callejón.- murmuró Aro.
-Eres extraña, ¿lo sabías?- preguntó antipáticamente Jane, pues había dejado de ser la consentida de Aro cuando Isabella legó.
-No deberías haber dicho eso.- dijo la de ojos violetas, mientras sujetaba entre sus manos el pequeño e infantil rostro de Jane. Alec rió divertido ante la escena, Isabella se congeló en su sitio, y Jane se encogió asustada.
-Ahora ha copiado tu poder, hermana.- Alec parecía el más alegre en aquel sitio, mientras que Jane murmuraba una sarta de maldiciones.
Isabella se sentó en el piso, asimilando el nuevo don que le había sido otorgado.
-Tu naturaleza, aquella que te acompañó al momento de la transformación, es poco usual.- escuchó murmurar a Demetri desde la puerta. –Desde que renaciste, puedes ocultarte del resto y evitar que sus poderes te afecten. Eres indestructible.-
-Y no solo eso.- agregó Heidi, quien se unía a aquella pequeña reunión sin ser invitada. –Puede controlar cualquier cosa con su mente. Ya vieron como clavó a su padrastro en la pared.- rió divertida. –Pensé que alguien más estaba lanzando los clavos, por poco y me asustaba. Imagínense al tipo.- Demetri sonrió ante el recuerdo.
-Y ahora puede leer mentes como Aro, torturar físicamente como Jane, la habilidad de rastreador de Demetri, la habilidad de Marco...ha robado los dones de todos los Vulturis y la guardia.- dijo Félix, con fingido malestar.
-¿Qué te he robado a ti?- preguntó Isabella, recobrándose.
-Aro me ha asignado mi primer trabajo. No pienso fallarle.- respondió Isabella, mientras deslizaba unas medias de red por sus blancas piernas. –Solo debo exterminar un neófito en Londres.-
-Pienso que no debes ir sola.- repuso la hermana mayor. –Solo llevas un año como vampiro, prácticamente sigues siendo un neófito.- insistió, pero desde el primer momento asumió su derrota.
-Puedo con ello.- y desapareció en la oscura noche.
Ese fue el inicio de su carrera como asesina. Neófitos en diferentes partes de Europa, Asia, África...
Isabella era perfecta para ello, y siempre volvía con una habilidad nueva.
Y así pasaron los años...
Cincuenta y cinco años...
-Isabella.- escuchó una voz llamarle y pronto se vio invadida por una sensación de calidez. Adoraba escuchar esa voz, sentía que su vida volvía a ser suya.
-Hermana.- pronunció como respuesta. La otra se detuvo ante ella con una bella y cálida sonrisa adornando sus labios. -¿Te han enviado a buscarme?- le preguntó con curiosidad, pero a la vez, con algo de ansiedad.
-No, he venido por mi propia cuenta. Estaba segura que te encontraría por aquí.- respondió honestamente y sin apartar la mirada de Isabella.
-Me alegra que lo hicieras, Heidi.- una sonrisa se extendió por su rostro, y sus ojos violetas adquirieron un nuevo brillo.
Heidi es una muchacha alta y con una figura marcada; curvas en su sitio. Su cabello es de un lustroso color caoba, y su tez es tan pálida como la de cualquier vampiro existente. Sus ojos son rojos, símbolo de su dieta basada en sangre humana, pero usa lentillas azules, dándoles ese extraño matiz violeta.
Isabella es una vampiresa joven, estancada en las quince primaveras eternas. Su cabello es largo y castaño, a media espalda y un poco ondulado. Sus ojos solían ser marrones al estar viva, pero ahora son tan rojos como el resto. Usa lentillas como Heidi, lo que les facilita verse como hermanas reales.
-Haz estado un poco sombría, ¿no te parece?- preguntó la mayor, mientras apartaba algunos mechones castaños del rostro de su hermanita.
-Solo he pensado un poco en mi pasado.- dijo. –Quisiera vengarme por lo que nos hizo, quisiera matarlo con mis propias manos...- agregó mientras a su mente venía la imagen de aquél horrible hombre que había destrozado toda su vida en cuestión de horas.
-¿Y qué te lo impide?- le preguntó la otra, mientras una sonrisa maliciosa se adueñaba de sus labios.
-No creo que al amo Aro le guste.- la imagen del vampiro vino a inundar sus pensamientos.
Aro es uno de los Vulturis. Él, junto con Cayo y Marco, son los encargados de mantener la existencia de los vampiros en total secreto. Viven en Volterra, y junto con la guardia real -ya que los Vulturis son la realeza vampírica- controlan cada movimiento mal efectuado de su especie. Todos tienen poderes asombrosos, por eso es que se les permite unirse al grupo.
Aro, Cayo y Marco, tienen siglos de existir; nadie sabe por qué siguen juntos, dada su dieta a base de sangre humana. Los de la especie no tienden a agruparse en cantidades grandes, a excepción de dos clanes. El clan de Denali, ubicado en Alaska. Y la familia Cullen, en Estados Unidos. Muchos aseguran que su sed de poder y la ambición por el control les permiten seguir con el resto. Nada es seguro.
-Preguntémosle.- la simple sugerencia iluminó el rostro de Isabella. Y pronto ambas dirigieron sus pasos al castillo que habitaban, dispuestas a conseguir su objetivo.
C.d.N.C.d.N.C.d.N.C.d.N.C.d.N.C.d.N.
-¿Q-que h-haces a-aquí?- escuchó preguntar con miedo a Phil, su padrastro.-Visito a un viejo amigo. ¿No te alegra verme?- la sonrisa en su rostro se ensanchó al ver al hombre acorralado contra la pared. Su risa se escuchó musical, alegre. Este era el momento que tanto había deseado, ahora tenía una razón más para entregarle su existencia al amo Aro.
-Mira como tiembla esta asquerosa rata.- murmuró Heidi, mientras su atractiva figura cruzaba el umbral de la puerta. –No puedo creer que ensuciarás tus manos con él, Isabella.-
-Antes de acabar contigo, debo agradecerte el que me hayas llevado hasta Heidi.- sus dedos atraparon el rostro de Phil, quién solo miró aterrado a su hijastra, aquella dulce e inocente niña que había desaparecido tres meses atrás, el mismo día que Renée Swan murió. –Si yo no hubiera caído en ese callejón, ahora no sería un vampiro.- los ojos del hombre se abrieron con incredulidad.
-Nosotros también deberíamos darle las gracias, en ese caso.- murmuró una seductora voz masculina desde la ventana. Dos figuras cubiertas por largas y negras capas se introdujeron en la vivienda, clavando sus ojos carmesí en el tembloroso sujeto.
-Félix, Demetri.- saludó dulcemente Heidi. -¿Qué hacen en Barcelona?- preguntó visiblemente curiosa.
-No queríamos perdernos el espectáculo.- dijo Félix. Demetri solo asintió y se echó a reír, mientras ambos dejaban caer las capuchas.
Un grito resonó en el silencio sepulcral de aquella lluviosa noche. Barcelona se estremeció a la mañana siguiente, cuando el cuerpo de Phil fue encontrado crucificado en la pared de su casa. Marcas de uñas y colmillos, huesos destrozados; torturado, fue la palabra que muchos usaron. ¿Lo más aterrador? En su cuerpo no había una sola gota de sangre.
C.d.N.C.d.N.C.d.N.C.d.N.C.d.N.C.d.N.
El latido de un corazón resonaba en el silencioso castillo italiano. Aro, Cayo y Marco miraban a Isabella con asombro, incapaces de comprender lo que ocurría.-¿Cómo es eso posible?- preguntó Aro, mientras flotaba alrededor de Isabella. Ella solo lo contemplaba con respeto. -¿Qué dicen que ha ocurrido?- le preguntó a los otros. Félix, Demetri y Heidi se encogieron de hombros, asombrados por la misma razón.
-Mi corazón ha vuelto a latir cuando bebí la última gota de su sangre.- pronunció Isabella con asco, pero siendo sincera. –Creo que he obtenido su vitalidad, aunque dudo que se detenga alguna vez.- la posibilidad de morir ahora que tenía una vida eterna no pareció de su total agrado.
-Debe ser ha causa de tu poder.- concluyó Marco, desinteresado en el tema.
-Deseabas tanto arrebatarle su vida, que pasó a ser tuya.- dijo Cayo, mientras una sonrisa burlona se instalaba en su rostro de granito. –Ahora será más fácil que hagas tu trabajo.- Aro rió alegre, viendo el lado positivo del asunto; pues no lo había pensado hasta que su hermano lo comentó.
-Es posible.- murmuró ella como respuesta. -¿Puedo?- extendió su mano hacia Aro, quien asintió y la tomó entre la suya. Los pensamientos entusiastas de Aro pronto fueron oídos por Isabella, quien solo asintió y se retiró.
-Definitivamente, ella es perfecta para el trabajo.- concluyó Cayo.
-Lo sé. Me alegra que Heidi no la matara en ese callejón.- murmuró Aro.
C.d.N.C.d.N.C.d.N.C.d.N.C.d.N.C.d.N.
-No dejas de sorprenderme, Isabella.- murmuró riendo Alec, mientras estudiaba el rostro sonrojado de su amiga.-Eres extraña, ¿lo sabías?- preguntó antipáticamente Jane, pues había dejado de ser la consentida de Aro cuando Isabella legó.
-No deberías haber dicho eso.- dijo la de ojos violetas, mientras sujetaba entre sus manos el pequeño e infantil rostro de Jane. Alec rió divertido ante la escena, Isabella se congeló en su sitio, y Jane se encogió asustada.
-Ahora ha copiado tu poder, hermana.- Alec parecía el más alegre en aquel sitio, mientras que Jane murmuraba una sarta de maldiciones.
Isabella se sentó en el piso, asimilando el nuevo don que le había sido otorgado.
-Tu naturaleza, aquella que te acompañó al momento de la transformación, es poco usual.- escuchó murmurar a Demetri desde la puerta. –Desde que renaciste, puedes ocultarte del resto y evitar que sus poderes te afecten. Eres indestructible.-
-Y no solo eso.- agregó Heidi, quien se unía a aquella pequeña reunión sin ser invitada. –Puede controlar cualquier cosa con su mente. Ya vieron como clavó a su padrastro en la pared.- rió divertida. –Pensé que alguien más estaba lanzando los clavos, por poco y me asustaba. Imagínense al tipo.- Demetri sonrió ante el recuerdo.
-Y ahora puede leer mentes como Aro, torturar físicamente como Jane, la habilidad de rastreador de Demetri, la habilidad de Marco...ha robado los dones de todos los Vulturis y la guardia.- dijo Félix, con fingido malestar.
-¿Qué te he robado a ti?- preguntó Isabella, recobrándose.
-Mi sexy y encantadora personalidad.- respondió el otro. Todos se echaron a reír, mientras que Félix los miraba con el ceño fruncido.
Las tardes en Volterra eran divertidas, no podía negarlo.C.d.N.C.d.N.C.d.N.C.d.N.C.d.N.C.d.N.
-¿Estás segura de esto?- le preguntó Heidi.-Aro me ha asignado mi primer trabajo. No pienso fallarle.- respondió Isabella, mientras deslizaba unas medias de red por sus blancas piernas. –Solo debo exterminar un neófito en Londres.-
-Pienso que no debes ir sola.- repuso la hermana mayor. –Solo llevas un año como vampiro, prácticamente sigues siendo un neófito.- insistió, pero desde el primer momento asumió su derrota.
-Puedo con ello.- y desapareció en la oscura noche.
Ese fue el inicio de su carrera como asesina. Neófitos en diferentes partes de Europa, Asia, África...
Isabella era perfecta para ello, y siempre volvía con una habilidad nueva.
Y así pasaron los años...
Cincuenta y cinco años...
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