¡Oh! ¡De ella debe aprender a brillar la luz de las antorchas! ¡Su hermosura parece que pende del rostro de la noche como una joya inestimable en la oreja de un etíope! ¡Belleza demasiado rica para gozarla; demasiado preciosa para la tierra! ¡Cómo nívea paloma ente cuervos se distingue esa dama entre sus compañeros! Acabado el baile, observaré donde se coloque, y con el contacto de su mano haré dichosa mi ruda diestra. ¿Por ventura amó hasta ahora mi corazón? ¡Ojos, desmentidlo! ¡Porque hasta la noche presente jamás conocí la verdadera hermosura!
Mi mente se perdía irremediablemente entre los versos que rellenaban las paginas del libro.
Difusas imágenes empañaban mi cordura. Me veía a mi misma, hermosa, con mi rubia cabellera deslizándose suavemente sobre mi hombros y espalda. Vestida con un esplendoroso vestido de los que solo existen en las novelas antiguas, y rodeada de galantes caballeros negándose a apartar su vista de mi. Pero ante todo, lo veía a él, a Romeo, con sus centelleantes y enamorados ojos sin apartarse de mi rostro ni tan solo un segundo. Lo imaginaba acercarse, tomar mi mano entre las suyas y depositar en ellas un beso con sus cálidos labios, que aunque suave, sumía a mi estomago en un nido de mariposas revoleteando. Visualizaba su rostro acercase al mío, hasta casi sentir su cálido aliento sobre mis mejillas, para después desviarse lentamente hasta mis oídos y susurrar allí los versos que tanto amor contenían...
- Isabella... – apenas pude percibir cuando alguien, venido de lejos murmuraba el nombre que tanto a mi me disgustaba - Isabella despierta!
Lentamente comencé a abrir mis ojos, y en el mismo instante que os movimientos del carruaje llegaron a mis sentidos, desee no haberlo echo.
- ¿Qué ocurre? – pregunte asqueada a la persona que se encontraba a escasos centímetros de mi.
- Hemos llegado, Isabella, hemos llegado a casa – mi padre me contemplaba con cuidado, atento a mis posible reacciones, mientras detenía por fin el carruaje, y me señalaba a una pequeña casa, que se erguía ante mi, rodeada de árboles y fauna salvaje.
No lo podía evitar, las lagrimas que con tanto esfuerzo había logrado contener durante el largo viaje en tren, se habrían paso ante mis ojos ante la visión de lo que sería mi condena, nunca mi hogar, durante los próximos largos años.
- Te equivocas – susurre, en voz tan baja que tal vez ni tan siquiera Charlie fuera capaz de escucharme – Esta nunca será mi casa...
Con la mente nublada, y los ojos anegados en lagrimas, trate de bajar del carruaje, sin embargo como tantas otras veces solía ocurrir, mis largas y pesadas vestimentas se enredaron en unos de los estribos, y yo inevitablemente, caí al suelo.
No me importo. Incluso desee haber obtenido más daño del que me proporcionaban esos simples arañazos en las palmas de mis manos, provocados por la innumerable cantidad de ramitas secas y piedras que circulaban por aquel suelo musgoso. En ocasiones el dolor físico ayuda a superar el dolor del alma.
- ¿Te has hecho daño? – Charlie se encontraba a mi lado, preocupado, tendiéndome una mano para ayudarme a levantar. No la acepte.
- Estoy bien – lo tranquilice, mas no pude evitar que otras dolidas palabras escaparan de mis labios – físicamente bien.
Me levante del suelo con un extraño sentimiento en el pecho, culpa. Realmente no debía portarme así con Charlie, el era mi padre y era un buen padre. Sinceramente dudaba que cualquier otro aguantara las insolencias de su hija de diecisiete años sin abofetearla ante la primera falta de respeto. Aun así no podía evitarlo, era mucho lo que había perdido.
- Vamos – trató de animarme - ya veras como en un par de semanas esto ya no te parece tan malo – le mire con escepticismo – ¿Deseas conocer tu recamara?
En su rostro había un deje de ilusión, y no fui capaz de negarme.
- Claro papá – sonrió ante el apelativo cariñoso, pocas veces le llamaba de ese modo, él decía que le recordaba a cuando aun era una niña.
Tome su mano, y me deje conducir por una pequeña cocina hasta llegar a las escaleras. Subidas estas me encontré con tres puertas. El indico dos de ellas como el baño y su propia habitación. La tercera era mi cuarto.
Me encontré ante una pequeña pero acogedora recamara. En una de las paredes se encontraba un armario empotrado, cerca de él, había una delicada cama con dosel y al otro lado de esta, una gran ventana dejaba ver el mundo exterior, para mi desgracia, nubes y niebla era todo cuanto podía contemplar. No obstante, hubo algo que si llamo mi atención.
En el otro extremo de la habitación, a los pies de la cama, una cómodo escritorio se hacía presente, y sobre él, un precioso estante de madera, prometía ser mi mejor compañero durante mi penosa estancia en ese lugar. Contenía plumas y algún que otro cuaderno, y lo mejor de todo, una hermosa docena de libros.
- Papá! – exclame agradecida, mientras me acercaba a depositar el libro de Romeo y Julieta que había estado leyendo durante el viaje, el único libro que hace unas horas poseía, pero que ahora sería acompañado por un buen montón de nuevas obras – Es fantástico, gracias! – por un momento la tristeza del viaje quedo olvidada.
- Bueno, tu sabes que nunca comprendí tu afición por leer esas cosas... Una señorita bien educada todo lo que necesita es saber como llevar bien su casa y... – calló ante mi expresión de reproche. Era increíble su habilidad para destrozar los mejores momentos. Viejo chapado a la antigua. – Aun así, si a ti te hace feliz... espero que los disfrutes.
- Me hace feliz papa, gracias! – realmente feliz no era como me sentía, pero debía agradecer su regalo, sin contar además que probablemente aquellos libros me concedieran los únicos momentos de calma que tuviera mientras viviéramos en ese lugar.
El sonrió nervioso. Se parecía mi, en cierto sentido le costaba expresar sus emociones, pero yo, al contrario que él, no le creía débil cuando lo hacía.
- Bien... será mejor que te deje para que te acomodes – murmuro mientras se encaminaba a la puerta, no obstante note su duda antes de salir.
- ¿Qué ocurre papa? – pregunte tratando de hacérselo más fácil. Debía reconocer que su regalo me había ablandado más de lo debido.
- Hija, se que no comprendes mi decisión de haber venido a vivir hasta aquí – mi rostro de doblo en un mueca sin poder evitarlo – Pero realmente creo k es lo mejor. El alcalde, el señor Newton, me ofreció una buena cantidad de salario, así como el puesto de jefe de guardia civil – note como su rostro se encrespaba orgulloso, y todo la gratitud que hace segundos sentía por él, desapareció tan rápido como había venido.
- También en Phoenix teníamos dinero suficiente para vivir, papá. Y una casa, y Sol por las mañanas, y una escuela donde permitían asistir a las chicas. - demasiado tarde, había evitado decir lo que pensaba desde el mismo momento en que la decisión quedo tomado, pero ahora que había empezado, la rabia, la impotencia, y el rencor, no me dejaría callar fácilmente - Pero tu no pensaste en eso, verdad papá? No te paraste a pensar lo importante que era para mi ser algo más que la esposa analfabeta de un arrogante marido y la madre de sus hijos!
- Isabella tu no eres analfabeta... – protestó, y a través de sus ojos pude ver como su paciencia estaba llegando al límite.
- Es algo más que eso. Yo quería estudiar, quería ser capaz de pensar, quería se alguien! – jamás había mostrado tan abiertamente mis sentimientos delante de mi padre, y sabía que a él no le gustaba mi modo de pensar.
- Basta ya! – me ordenó, por desgracia mi nivel de furia era demasiado para contenerme.
- No! – grite – Yo no quiero ser como mamá. Te conoció, la deslumbraste, sus padres prácticamente la echaron de su casa para que se casara contigo. Y luego qué, ¿eh? ¿Qué ocurrió cuando descubrió que su sueño de adolescente, casarse y ser feliz, no era más que eso, un sueño? ¿Cuándo averiguo lo grande que es el mundo, lo bonito que sería descubrirlo? ¿Qué ocurrió cuando descubrió que el hecho de ser madre no llenaba su vació por completo, su libertad? – las lagrimas brotaban de mi ojos, cargadas de dolor y de ira. De los ojos de Charlie brotaban chispas de furia - ¿Qué paso entonces papá? Se lo que paso. Durante años la vi, marchitarse lentamente, en pos de una libertad que ni tú ni la sociedad le permitías tener. Y se largó! Se fue! Escapo! Sola! – mi corazón palpitaba violentamente al rememorar uno de los recuerdos más dolorosos de mi vida – Pero sabes que, no la culpo por ello. Ella ansiaba su libertad y a tu lado habría terminado muriendo. – mis palabras eran crueles, lo sabía, pero no podía contenerme – Te destrozó la vida, hasta el punto de terminar exiliado en este maldito pueblo, y me abandonó a mi, y se que jamás podrá perdonarse ese echo. ¿Y sabes qué? Yo no quiero ser como ella! No una tonta que se casa con el primer hombre que se cruza en su camino, para después dejarlo tirado con una hija en brazos. Y si tu no puedes vivir con ello, no comprendo porque me tienes que traer contigo en tu huida!
Plaf! Mis palabras callaron ante el contacto de su firme mano golpeando en mi cara. Me había excedido, lo sabía, pero también sabía que no había dicho más que la verdad.
Sentí como luchaba por calmar su respiración, su ira. Fracaso. Abandono mi cuarto de un sonoro portazo antes de hacer algo de lo que luego iba a arrepentirse.
Percibí la humedad en mi rostro, solo entonces descubrí que estaba llorado. Me tumbe sobre la cama y tape mi cabeza con las mantas. No quería pensar, arrepentirme de lo que acababa de decir. Sin embargo no podía apartar ese temor de mi.
Mi sueños, mis ilusiones, todo había sido roto. Jamás podrían realizarse en ese pequeño pueblecito dirigido a la más antigua usanza.
También deseaba olvidarme de eso. Desaparecer del mundo, despertar en mañana en mi antigua cama de Phoenix, descubrir que todo había sido un sueño.
Apreté las sabanas entre mis puños y cerré los ojos con fuerza. Necesitaba dormir, así que me obligue a mi misma a recitar los versos de Romeo uno por uno, hasta que lentamente la ira se aplacó, las lagrimas me desahogaron del profundo dolor y la oscuridad de la noche fue acallando mis heridas.
Tal como esperaba, las pesadillas se mantuvieron presentes. Me vi a mi misma, atrapada en una bola de cristal, que poco a poco iba disminuyendo su tamaño, hasta que finalmente sus paredes aprisionaban mi cuerpo impidiéndome la infragante necesidad de respirar.
Me desperté aterrada, y tarde bastante en tranquilizar mi respiración. Cuando finalmente lo logre, me percate de un problema mucho mayor, ya era de día y debía enfrentar a Charlie.
Deseando retrasar el momento, me introduje en el baño y deje que mi mente se despejara mientras introducía mi cuerpo en una pequeña tina llena de agua, generalmente debiera calentarla antes, pero en esta ocasión supe que un poco de agua fría no me vendría mal del todo.
Apenas transcurrieron unos minutos cuando no puede aguantar más y me obligue a salir de allí, con la piel temblando de frío y los labios morados. Me seque con la toalla, y me acomode uno de los vestidos que me había regalado mi padre gracias al anticipo de su querido alcalde Newton, y que hasta entonces yo me había negado a vestir, pero pensé que tal vez fuera una manera de ablandarle.
Me desplace hasta la cocina y lo descubrí sentado cerca de la mesa, degustando un único baso de leche.
- Papá – murmure, su semblante se veía serio, y sus ojos no reflejaban ningún tipo de emoción – Yo..., siento mucho lo que dije ayer, no fue justo para...
- No – me interrumpió – no fue más que la verdad – me asustó el tono de culpa con que pronuncio esas palabras, probablemente lo dicho y echo la noche anterior le había dolido tanto como a mi.
- Pero no fue justo.. – proteste – tu me has cuidado y protegido desde que ella se fue. Nunca me ha faltado nada a tu lado, y... pese a todo lo que dije, yo... – era realmente difícil expresar mis sentimientos – te lo agradezco mucho y... – sus ojos seguían tristes - te quiero papá.
Espere silenciosa su respuesta. Aliviada sentí como una pequeña sonrisa tomaba forma en su rostro.
- Yo también a ti Isabella – rió ante el gesto que puse cuando pronunció mi nombre completo, simplemente no me gustaba, era demasiado serio y anticuado, pero sabía que jamás lograría convencerle de que me llamara como a mi me gustaba, Bella. Decía que no era apropiado. – Te ves muy hermosa con ese vestido – comentó después, algo más relajado. Yo conteste con una mueca.
- Seguro... – ironice. Hermosa no era la palabra que yo utilizaría. Torpe, blanquecina, escuincla..., todas ellas me describirían mejor.
- Los chicos del pueblo no van a apartar su vista de ti, tal vez encuentres un buen partido – me alabo, aunque se apresuró a cambiar de tema cuando vió la chispa de rabia en mis ojos – Lo único, ¿lo crees apropiado para ir a la iglesia?
- ¿La iglesia? – pregunto confundida.
- Isabella, hoy es Domingo. Lo olvidaste, cierto? – preguntó ante mi mueca de sorpresa.
- No – mentí – es solo que... me sorprendió – justifique tontamente, para luego centrarme en su pregunta – Yo lo veo mi apropiado para ir a misa, ¿por qué?
Realmente me importaba un rábano ir con ese o cualquier otro vestido, por supuesto si esto me lo hubiera dicho antes de vestirme. La sola idea de desatar y anudar corsés más de una vez al día, me producía escalofríos.
- Supongo que si – aceptó, mientras sus ojos se posaban instintivamente en el escote del vestido, que dejaba a la luz tal vez, un par de centímetros más de los que el desearía. Ruborizada por el escrutinio, murmure.
- No deberíamos irnos ya? Se esta haciendo tarde.
Tras echar un vistazo al reloj, aceptó mi propuesta. Me ayudo a subir al carruaje y yo trate de cerrar los ojos para no ver la cantidad de árboles enmohecidos que se cernía a mi alrededor. Por suerte, no pasaron muchos minutos antes de llegar a la primera casa, y el odiado paisaje verdoso que yo conocía, fue sustituido por otro bastante más aceptable.
Torpemente, asustada ante la posibilidad de caerme ante mis nuevos vecinos, me apee del carruaje. Mi padre me tendió la mano y me acompaño hasta la plaza principal, donde inmediatamente, un montón de nuevas y desconocidas miradas, se posaron sobre mi.
- Charlie! – saludo un hombre, acercándose hasta nosotros y tendiéndole la mano a mi padre – cuanto me alegro de verte ya establecido. Espero que os haya gustado vuestra nueva casa – añadió, posando su vista en mi un momento.
- Por supuesto, señor Newton, es perfecta para nosotros, verdad Isabella? – me limite a asentir con la cabeza – le agradezco mucho todo lo que ha hecho por mi y por mi hija.
- No fue nada, no fue nada. Hace tiempo que esta ciudad necesita de un buen jefe de guardia civil – comento el alcalde quitándole importancia – y estoy seguro de que usted es el indicado para ello.
- Le agradezco mucho su confianza, señor Newton – agradeció mi padre, mientras mi mente comenzaba a perderse lejos de allí, aburrida por lo estúpido de la conversación, propia del cacique de un pueblo como ese.
- Mike, ven aquí. Hay alguien que quiero presentarte. – Alce la vista al escuchar unos pasos acercarse. Ante mi un joven de mi misma edad me contemplaba sonriente. Era rubio, de ojos azules, bastante mono, y por sus ropas y la familiaridad que el alcalde le mostraba, determine que era su hijo – Este en Charlie Swan, el nuevo jefe de guardia civil.
- Un gusto señor – saludó él tendiéndole la mano, aunque sus ojos seguían fijos en mi.
- El placer es mío – comentó mi padre devolviéndole el gesto.
- Señorita, Mike Newton a su servicio – se presentó, y para mi sorpresa y horror, tomo mi mano entre las suyas alzándola hasta su boca y deposito en ella un suave beso que de seguro causo tal rubor a mis mejillas como si me hubieran depositado en un horno ardiente.
- Gracias – murmuré entrecortada. Segundos después reaccione – Isabella Swan, llámame Bella.
Ignore la cara de horror de mi padre ante mis palabras y trate de concentrarme en su sonrisa.
- Se hace tarde, tal vez sea mejor entrar antes de interrumpir el oficio – sugirió mi padre.
- Por supuesto – aceptó Mike – Bella – indicó osadamente, ante la mirada desaprobatoria de mi padre - espero que podamos vernos bastante a menudo.
- Claro – acepte yo, no muy convencida de mis palabras, y solo en ese instante me soltó la mano.
- Un chico simpático, aunque muy osado, diría yo – comentó mi padre, una vez dentro de la iglesia nos apresuremos a tomar nuestros puestos en las últimas filas, a fin de no llamar demasiado la atención – pero de buena familia – concluyó como si eso perdonara todo lo demás.
- Seguro - murmure resignada.
Tenía pesada alguna replica más, pero en ese momento todo desapareció de mi mente, absolutamente todo, excepto las figuras que acaban de entrar en la iglesia, y tras unos momentos de vacilación, tomaban asiento en el banco justo delante del nuestro.
Por un momento me olvide de respirar. Aquellas criaturas eran hermosas, realmente hermosas, hasta el grado de eclipsar los dibujos de los ángeles que cubrían el techo de la iglesia. Su piel blanca, aparentaba ser tan fina y dura como el mismo marfil, sus rostros eran serafines en todos los sentidos, y sus cuerpos parecían demasiado perfectos para pertenecer a criaturas humanas.
Me regañe a mi misma por ese pensamiento, sin embargo la excitación de tenerlos tan asombrosamente cerca, hacía a mi corazón latir a ritmos acelerados.
Tras unos instantes, mi mirada dejo de contemplarlos en conjunto, y se detuvo en uno de ellos, el más hermoso. Su pelo dorado se mantenía revuelto con una extraña elegancia natural, y por unos instantes lo único que desee fue contemplar su rostro completo.
Lentamente, para mi sorpresa, sentí como su rostro giraba torno a él, y sus ojos, negros como la oscura noche, se clavaron violentamente en mi alma. El tiempo se detuvo, e inmóvil, no fui capaz de hacer otra cosa que sostener su mirada.
Instantes después, el había retirado la suya y junto a su familia, parecía sumergido en los hablares del cura.
Por mi parte yo era incapaz de razonar con coherencia.
Perdida, en un extraño rincón de mi alma, no percibí ningún otro sonido o imagen, hasta el momento en que, un sorprendido Charlie, me sacudía del hombro preguntándome si me había quedado dormida durante el oficio.
Incapaz de responder, mi mirada vago hasta donde ellos se habían sentado, no sabía cuanto tiempo antes, para mi desolación, el lugar estaba vació.
Triste, y perdida, me límite a dejarme guiar hasta e carruaje, con unos preciosos ojos negros, grabados en fuego sobre mi alma.
Mi mente se perdía irremediablemente entre los versos que rellenaban las paginas del libro.
Difusas imágenes empañaban mi cordura. Me veía a mi misma, hermosa, con mi rubia cabellera deslizándose suavemente sobre mi hombros y espalda. Vestida con un esplendoroso vestido de los que solo existen en las novelas antiguas, y rodeada de galantes caballeros negándose a apartar su vista de mi. Pero ante todo, lo veía a él, a Romeo, con sus centelleantes y enamorados ojos sin apartarse de mi rostro ni tan solo un segundo. Lo imaginaba acercarse, tomar mi mano entre las suyas y depositar en ellas un beso con sus cálidos labios, que aunque suave, sumía a mi estomago en un nido de mariposas revoleteando. Visualizaba su rostro acercase al mío, hasta casi sentir su cálido aliento sobre mis mejillas, para después desviarse lentamente hasta mis oídos y susurrar allí los versos que tanto amor contenían...
- Isabella... – apenas pude percibir cuando alguien, venido de lejos murmuraba el nombre que tanto a mi me disgustaba - Isabella despierta!
Lentamente comencé a abrir mis ojos, y en el mismo instante que os movimientos del carruaje llegaron a mis sentidos, desee no haberlo echo.
- ¿Qué ocurre? – pregunte asqueada a la persona que se encontraba a escasos centímetros de mi.
- Hemos llegado, Isabella, hemos llegado a casa – mi padre me contemplaba con cuidado, atento a mis posible reacciones, mientras detenía por fin el carruaje, y me señalaba a una pequeña casa, que se erguía ante mi, rodeada de árboles y fauna salvaje.
No lo podía evitar, las lagrimas que con tanto esfuerzo había logrado contener durante el largo viaje en tren, se habrían paso ante mis ojos ante la visión de lo que sería mi condena, nunca mi hogar, durante los próximos largos años.
- Te equivocas – susurre, en voz tan baja que tal vez ni tan siquiera Charlie fuera capaz de escucharme – Esta nunca será mi casa...
Con la mente nublada, y los ojos anegados en lagrimas, trate de bajar del carruaje, sin embargo como tantas otras veces solía ocurrir, mis largas y pesadas vestimentas se enredaron en unos de los estribos, y yo inevitablemente, caí al suelo.
No me importo. Incluso desee haber obtenido más daño del que me proporcionaban esos simples arañazos en las palmas de mis manos, provocados por la innumerable cantidad de ramitas secas y piedras que circulaban por aquel suelo musgoso. En ocasiones el dolor físico ayuda a superar el dolor del alma.
- ¿Te has hecho daño? – Charlie se encontraba a mi lado, preocupado, tendiéndome una mano para ayudarme a levantar. No la acepte.
- Estoy bien – lo tranquilice, mas no pude evitar que otras dolidas palabras escaparan de mis labios – físicamente bien.
Me levante del suelo con un extraño sentimiento en el pecho, culpa. Realmente no debía portarme así con Charlie, el era mi padre y era un buen padre. Sinceramente dudaba que cualquier otro aguantara las insolencias de su hija de diecisiete años sin abofetearla ante la primera falta de respeto. Aun así no podía evitarlo, era mucho lo que había perdido.
- Vamos – trató de animarme - ya veras como en un par de semanas esto ya no te parece tan malo – le mire con escepticismo – ¿Deseas conocer tu recamara?
En su rostro había un deje de ilusión, y no fui capaz de negarme.
- Claro papá – sonrió ante el apelativo cariñoso, pocas veces le llamaba de ese modo, él decía que le recordaba a cuando aun era una niña.
Tome su mano, y me deje conducir por una pequeña cocina hasta llegar a las escaleras. Subidas estas me encontré con tres puertas. El indico dos de ellas como el baño y su propia habitación. La tercera era mi cuarto.
Me encontré ante una pequeña pero acogedora recamara. En una de las paredes se encontraba un armario empotrado, cerca de él, había una delicada cama con dosel y al otro lado de esta, una gran ventana dejaba ver el mundo exterior, para mi desgracia, nubes y niebla era todo cuanto podía contemplar. No obstante, hubo algo que si llamo mi atención.
En el otro extremo de la habitación, a los pies de la cama, una cómodo escritorio se hacía presente, y sobre él, un precioso estante de madera, prometía ser mi mejor compañero durante mi penosa estancia en ese lugar. Contenía plumas y algún que otro cuaderno, y lo mejor de todo, una hermosa docena de libros.
- Papá! – exclame agradecida, mientras me acercaba a depositar el libro de Romeo y Julieta que había estado leyendo durante el viaje, el único libro que hace unas horas poseía, pero que ahora sería acompañado por un buen montón de nuevas obras – Es fantástico, gracias! – por un momento la tristeza del viaje quedo olvidada.
- Bueno, tu sabes que nunca comprendí tu afición por leer esas cosas... Una señorita bien educada todo lo que necesita es saber como llevar bien su casa y... – calló ante mi expresión de reproche. Era increíble su habilidad para destrozar los mejores momentos. Viejo chapado a la antigua. – Aun así, si a ti te hace feliz... espero que los disfrutes.
- Me hace feliz papa, gracias! – realmente feliz no era como me sentía, pero debía agradecer su regalo, sin contar además que probablemente aquellos libros me concedieran los únicos momentos de calma que tuviera mientras viviéramos en ese lugar.
El sonrió nervioso. Se parecía mi, en cierto sentido le costaba expresar sus emociones, pero yo, al contrario que él, no le creía débil cuando lo hacía.
- Bien... será mejor que te deje para que te acomodes – murmuro mientras se encaminaba a la puerta, no obstante note su duda antes de salir.
- ¿Qué ocurre papa? – pregunte tratando de hacérselo más fácil. Debía reconocer que su regalo me había ablandado más de lo debido.
- Hija, se que no comprendes mi decisión de haber venido a vivir hasta aquí – mi rostro de doblo en un mueca sin poder evitarlo – Pero realmente creo k es lo mejor. El alcalde, el señor Newton, me ofreció una buena cantidad de salario, así como el puesto de jefe de guardia civil – note como su rostro se encrespaba orgulloso, y todo la gratitud que hace segundos sentía por él, desapareció tan rápido como había venido.
- También en Phoenix teníamos dinero suficiente para vivir, papá. Y una casa, y Sol por las mañanas, y una escuela donde permitían asistir a las chicas. - demasiado tarde, había evitado decir lo que pensaba desde el mismo momento en que la decisión quedo tomado, pero ahora que había empezado, la rabia, la impotencia, y el rencor, no me dejaría callar fácilmente - Pero tu no pensaste en eso, verdad papá? No te paraste a pensar lo importante que era para mi ser algo más que la esposa analfabeta de un arrogante marido y la madre de sus hijos!
- Isabella tu no eres analfabeta... – protestó, y a través de sus ojos pude ver como su paciencia estaba llegando al límite.
- Es algo más que eso. Yo quería estudiar, quería ser capaz de pensar, quería se alguien! – jamás había mostrado tan abiertamente mis sentimientos delante de mi padre, y sabía que a él no le gustaba mi modo de pensar.
- Basta ya! – me ordenó, por desgracia mi nivel de furia era demasiado para contenerme.
- No! – grite – Yo no quiero ser como mamá. Te conoció, la deslumbraste, sus padres prácticamente la echaron de su casa para que se casara contigo. Y luego qué, ¿eh? ¿Qué ocurrió cuando descubrió que su sueño de adolescente, casarse y ser feliz, no era más que eso, un sueño? ¿Cuándo averiguo lo grande que es el mundo, lo bonito que sería descubrirlo? ¿Qué ocurrió cuando descubrió que el hecho de ser madre no llenaba su vació por completo, su libertad? – las lagrimas brotaban de mi ojos, cargadas de dolor y de ira. De los ojos de Charlie brotaban chispas de furia - ¿Qué paso entonces papá? Se lo que paso. Durante años la vi, marchitarse lentamente, en pos de una libertad que ni tú ni la sociedad le permitías tener. Y se largó! Se fue! Escapo! Sola! – mi corazón palpitaba violentamente al rememorar uno de los recuerdos más dolorosos de mi vida – Pero sabes que, no la culpo por ello. Ella ansiaba su libertad y a tu lado habría terminado muriendo. – mis palabras eran crueles, lo sabía, pero no podía contenerme – Te destrozó la vida, hasta el punto de terminar exiliado en este maldito pueblo, y me abandonó a mi, y se que jamás podrá perdonarse ese echo. ¿Y sabes qué? Yo no quiero ser como ella! No una tonta que se casa con el primer hombre que se cruza en su camino, para después dejarlo tirado con una hija en brazos. Y si tu no puedes vivir con ello, no comprendo porque me tienes que traer contigo en tu huida!
Plaf! Mis palabras callaron ante el contacto de su firme mano golpeando en mi cara. Me había excedido, lo sabía, pero también sabía que no había dicho más que la verdad.
Sentí como luchaba por calmar su respiración, su ira. Fracaso. Abandono mi cuarto de un sonoro portazo antes de hacer algo de lo que luego iba a arrepentirse.
Percibí la humedad en mi rostro, solo entonces descubrí que estaba llorado. Me tumbe sobre la cama y tape mi cabeza con las mantas. No quería pensar, arrepentirme de lo que acababa de decir. Sin embargo no podía apartar ese temor de mi.
Mi sueños, mis ilusiones, todo había sido roto. Jamás podrían realizarse en ese pequeño pueblecito dirigido a la más antigua usanza.
También deseaba olvidarme de eso. Desaparecer del mundo, despertar en mañana en mi antigua cama de Phoenix, descubrir que todo había sido un sueño.
Apreté las sabanas entre mis puños y cerré los ojos con fuerza. Necesitaba dormir, así que me obligue a mi misma a recitar los versos de Romeo uno por uno, hasta que lentamente la ira se aplacó, las lagrimas me desahogaron del profundo dolor y la oscuridad de la noche fue acallando mis heridas.
Tal como esperaba, las pesadillas se mantuvieron presentes. Me vi a mi misma, atrapada en una bola de cristal, que poco a poco iba disminuyendo su tamaño, hasta que finalmente sus paredes aprisionaban mi cuerpo impidiéndome la infragante necesidad de respirar.
Me desperté aterrada, y tarde bastante en tranquilizar mi respiración. Cuando finalmente lo logre, me percate de un problema mucho mayor, ya era de día y debía enfrentar a Charlie.
Deseando retrasar el momento, me introduje en el baño y deje que mi mente se despejara mientras introducía mi cuerpo en una pequeña tina llena de agua, generalmente debiera calentarla antes, pero en esta ocasión supe que un poco de agua fría no me vendría mal del todo.
Apenas transcurrieron unos minutos cuando no puede aguantar más y me obligue a salir de allí, con la piel temblando de frío y los labios morados. Me seque con la toalla, y me acomode uno de los vestidos que me había regalado mi padre gracias al anticipo de su querido alcalde Newton, y que hasta entonces yo me había negado a vestir, pero pensé que tal vez fuera una manera de ablandarle.
Me desplace hasta la cocina y lo descubrí sentado cerca de la mesa, degustando un único baso de leche.
- Papá – murmure, su semblante se veía serio, y sus ojos no reflejaban ningún tipo de emoción – Yo..., siento mucho lo que dije ayer, no fue justo para...
- No – me interrumpió – no fue más que la verdad – me asustó el tono de culpa con que pronuncio esas palabras, probablemente lo dicho y echo la noche anterior le había dolido tanto como a mi.
- Pero no fue justo.. – proteste – tu me has cuidado y protegido desde que ella se fue. Nunca me ha faltado nada a tu lado, y... pese a todo lo que dije, yo... – era realmente difícil expresar mis sentimientos – te lo agradezco mucho y... – sus ojos seguían tristes - te quiero papá.
Espere silenciosa su respuesta. Aliviada sentí como una pequeña sonrisa tomaba forma en su rostro.
- Yo también a ti Isabella – rió ante el gesto que puse cuando pronunció mi nombre completo, simplemente no me gustaba, era demasiado serio y anticuado, pero sabía que jamás lograría convencerle de que me llamara como a mi me gustaba, Bella. Decía que no era apropiado. – Te ves muy hermosa con ese vestido – comentó después, algo más relajado. Yo conteste con una mueca.
- Seguro... – ironice. Hermosa no era la palabra que yo utilizaría. Torpe, blanquecina, escuincla..., todas ellas me describirían mejor.
- Los chicos del pueblo no van a apartar su vista de ti, tal vez encuentres un buen partido – me alabo, aunque se apresuró a cambiar de tema cuando vió la chispa de rabia en mis ojos – Lo único, ¿lo crees apropiado para ir a la iglesia?
- ¿La iglesia? – pregunto confundida.
- Isabella, hoy es Domingo. Lo olvidaste, cierto? – preguntó ante mi mueca de sorpresa.
- No – mentí – es solo que... me sorprendió – justifique tontamente, para luego centrarme en su pregunta – Yo lo veo mi apropiado para ir a misa, ¿por qué?
Realmente me importaba un rábano ir con ese o cualquier otro vestido, por supuesto si esto me lo hubiera dicho antes de vestirme. La sola idea de desatar y anudar corsés más de una vez al día, me producía escalofríos.
- Supongo que si – aceptó, mientras sus ojos se posaban instintivamente en el escote del vestido, que dejaba a la luz tal vez, un par de centímetros más de los que el desearía. Ruborizada por el escrutinio, murmure.
- No deberíamos irnos ya? Se esta haciendo tarde.
Tras echar un vistazo al reloj, aceptó mi propuesta. Me ayudo a subir al carruaje y yo trate de cerrar los ojos para no ver la cantidad de árboles enmohecidos que se cernía a mi alrededor. Por suerte, no pasaron muchos minutos antes de llegar a la primera casa, y el odiado paisaje verdoso que yo conocía, fue sustituido por otro bastante más aceptable.
Torpemente, asustada ante la posibilidad de caerme ante mis nuevos vecinos, me apee del carruaje. Mi padre me tendió la mano y me acompaño hasta la plaza principal, donde inmediatamente, un montón de nuevas y desconocidas miradas, se posaron sobre mi.
- Charlie! – saludo un hombre, acercándose hasta nosotros y tendiéndole la mano a mi padre – cuanto me alegro de verte ya establecido. Espero que os haya gustado vuestra nueva casa – añadió, posando su vista en mi un momento.
- Por supuesto, señor Newton, es perfecta para nosotros, verdad Isabella? – me limite a asentir con la cabeza – le agradezco mucho todo lo que ha hecho por mi y por mi hija.
- No fue nada, no fue nada. Hace tiempo que esta ciudad necesita de un buen jefe de guardia civil – comento el alcalde quitándole importancia – y estoy seguro de que usted es el indicado para ello.
- Le agradezco mucho su confianza, señor Newton – agradeció mi padre, mientras mi mente comenzaba a perderse lejos de allí, aburrida por lo estúpido de la conversación, propia del cacique de un pueblo como ese.
- Mike, ven aquí. Hay alguien que quiero presentarte. – Alce la vista al escuchar unos pasos acercarse. Ante mi un joven de mi misma edad me contemplaba sonriente. Era rubio, de ojos azules, bastante mono, y por sus ropas y la familiaridad que el alcalde le mostraba, determine que era su hijo – Este en Charlie Swan, el nuevo jefe de guardia civil.
- Un gusto señor – saludó él tendiéndole la mano, aunque sus ojos seguían fijos en mi.
- El placer es mío – comentó mi padre devolviéndole el gesto.
- Señorita, Mike Newton a su servicio – se presentó, y para mi sorpresa y horror, tomo mi mano entre las suyas alzándola hasta su boca y deposito en ella un suave beso que de seguro causo tal rubor a mis mejillas como si me hubieran depositado en un horno ardiente.
- Gracias – murmuré entrecortada. Segundos después reaccione – Isabella Swan, llámame Bella.
Ignore la cara de horror de mi padre ante mis palabras y trate de concentrarme en su sonrisa.
- Se hace tarde, tal vez sea mejor entrar antes de interrumpir el oficio – sugirió mi padre.
- Por supuesto – aceptó Mike – Bella – indicó osadamente, ante la mirada desaprobatoria de mi padre - espero que podamos vernos bastante a menudo.
- Claro – acepte yo, no muy convencida de mis palabras, y solo en ese instante me soltó la mano.
- Un chico simpático, aunque muy osado, diría yo – comentó mi padre, una vez dentro de la iglesia nos apresuremos a tomar nuestros puestos en las últimas filas, a fin de no llamar demasiado la atención – pero de buena familia – concluyó como si eso perdonara todo lo demás.
- Seguro - murmure resignada.
Tenía pesada alguna replica más, pero en ese momento todo desapareció de mi mente, absolutamente todo, excepto las figuras que acaban de entrar en la iglesia, y tras unos momentos de vacilación, tomaban asiento en el banco justo delante del nuestro.
Por un momento me olvide de respirar. Aquellas criaturas eran hermosas, realmente hermosas, hasta el grado de eclipsar los dibujos de los ángeles que cubrían el techo de la iglesia. Su piel blanca, aparentaba ser tan fina y dura como el mismo marfil, sus rostros eran serafines en todos los sentidos, y sus cuerpos parecían demasiado perfectos para pertenecer a criaturas humanas.
Me regañe a mi misma por ese pensamiento, sin embargo la excitación de tenerlos tan asombrosamente cerca, hacía a mi corazón latir a ritmos acelerados.
Tras unos instantes, mi mirada dejo de contemplarlos en conjunto, y se detuvo en uno de ellos, el más hermoso. Su pelo dorado se mantenía revuelto con una extraña elegancia natural, y por unos instantes lo único que desee fue contemplar su rostro completo.
Lentamente, para mi sorpresa, sentí como su rostro giraba torno a él, y sus ojos, negros como la oscura noche, se clavaron violentamente en mi alma. El tiempo se detuvo, e inmóvil, no fui capaz de hacer otra cosa que sostener su mirada.
Instantes después, el había retirado la suya y junto a su familia, parecía sumergido en los hablares del cura.
Por mi parte yo era incapaz de razonar con coherencia.
Perdida, en un extraño rincón de mi alma, no percibí ningún otro sonido o imagen, hasta el momento en que, un sorprendido Charlie, me sacudía del hombro preguntándome si me había quedado dormida durante el oficio.
Incapaz de responder, mi mirada vago hasta donde ellos se habían sentado, no sabía cuanto tiempo antes, para mi desolación, el lugar estaba vació.
Triste, y perdida, me límite a dejarme guiar hasta e carruaje, con unos preciosos ojos negros, grabados en fuego sobre mi alma.
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