Bueno en primer lugar me gustaría decirles que todo lo que se vaya a publicar en este blog son FanFics de crepúsculo, todos los personajes, espacios y demás cosas que aparezcan en cualquier libro de la saga son propiedad de Stephenie Meyer.
Los FanFics de crepúsculo no son de nuestra propiedad (Guadalupe Vulturi y Daniela Cullen) cada uno tiene su respectivo autor, y esta señalado en la descripción de cada FanFic. Tengan en cuenta que cualquiera de esos FanFics también se pueden encontrar en FanFiction.net u otro blog mientras tengan permiso de su autor.
Fuera de eso, no tengo nada más que decirles aparte de que disfruten su lectura.

Caza

Las hojas secas crujieron bajo sus pies; se abofeteó mentalmente por su descuido. El ciervo que en ese momento bebía agua levantó su cabeza, y con sus pequeños ojos negros miró todo a su alrededor, sintiendo por su cuerpo correr el instinto de supervivencia.
Isabella suspiró cansadamente cuando el venado echó a correr, lejos de ella. Sus ojos violetas sometieron a un severo escrutinio el territorio que la rodeaba, buscando otra presa. Fácilmente podía haberlo inmovilizado, o atraerlo hacia ella, pero si lo hiciera, ¿dónde quedaría la diversión?
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-¿Alice?- preguntó Jasper a su esposa de modo preocupado. La vampiresa de negros cabellos frunció el ceño frustrada y en sus labios se formó una mueca que dejó entrever sus blancos y afilados colmillos.
-Está molesta porque no puede ver el futuro con claridad.- murmuró Edward, ganándose una mirada envenenada de su hermana pequeña.
-Pero eso siempre ha sido igual.- comentó en voz baja y con tono de despreocupación Emmett. Pronto se vio sobre el suelo, con el cuerpo de la duendecilla sobre el suyo gruñendo de forma salvaje. –Era una broma, enana.- le dijo en son de broma, pero ella le gruñó de nuevo.
-No me refiero a eso.- intentó calmarlos el de cabellos cobrizos. –Sus visiones son borrosas, como si algo estuviera interfiriendo en ellas.- se quedó en silencio unos instantes, escuchando los pensamientos de una Alice furiosa.
-¿Podrías levantarte de mi marido, Alice?- preguntó Rosalie disgustada. "Emmett puede ser un completo idiota a veces". Edward rió entre dientes, y Rosalie le sonrió.
-Vamos, mañana volvemos a clases y debemos alimentarnos bien.- dijo Alice, danzando alrededor de su esposo. "Esto es frustrante".
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"¿Por qué tengo que asistir al instituto?" Se preguntaba mentalmente Isabella mientras caminaba entre los árboles del bosque de Forks. "¿Y por qué en Forks?" Con cada duda que surgía su ceño se iba frunciendo y una pequeña arruga de preocupación se formaba en su frente. "¿Qué pasa si cometo un error, si mato a alguien por accidente?"
Escuchó movimiento a unos cuantos metros de su posición y sonrió complacida, su presa estaba ahí, esperando por ella.
-Es perfecta.- se dijo a sí misma cuando se encontraba a cinco metros del asustado animal, quien se movía con desesperación en el claro.
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-Es mía.- pronunció Edward, mirando al desprotegido animal en el claro. Sus hermanos le restaron importancia y se dedicaron a vagar a unos cuantos metros de él.
Se movió a una velocidad inhumana, propia de un ser de otro mundo; a velocidad vampírica. Se lanzó hacia el animal, sin notar que alguien más imitaba su movimiento.
Chocó contra algo, o mejor dicho alguien; y el sonido pareció el de dos rocas al estrellarse. Volvió en si mismo, aplacando sus instintos para ver lo sucedido.
-¿Qué ha pasado, Edward?- escuchó la voz de Alice a una distancia prudente. No lo sabía, un momento saltaba sobre su alimento y de pronto estaba en el suelo...
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Isabella se encontraba igual de confundida, pero no por haber chocado con el vampiro, sino por estar arrebatándole su poder.
Su figura yacía congelada bajo el frío cuerpo del muchacho, incapaces ambos de reaccionar. Sus brazos estaban sobre su cabeza y mantenía los ojos cerrados y los labios entreabiertos, intentando volver en sí rápido; el tirante de su blusa se deslizaba por su hombro derecho con lentitud; y sentía su falda un poco más arriba de lo permitido. Pero eso no la mantenía con las mejillas sonrojadas como estaba, sino la cercanía de él.
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Su cuerpo estaba sobre el de la muchacha, acomodado entre sus piernas. Una mano sobre la cabeza de ella y la otra sobre uno de sus pechos. Como si esto fuera una broma del destino, era la típica caída estilo anime.
Sus rostros estaban a escasos centímetros, y el embriagador aliento de la muchacha golpeaba sus labios. Por alguna razón era imposible apartar la mirada de ella, y peor aún, no era capaz de levantarse de esa comprometedora posición. Algo se lo impedía.
-¿Edward?- preguntó su pequeña hermana. Un chiflido de Emmett, seguido por las estridentes carcajadas de cuatro vampiros, rompieron el silencio.
"Esto no se ve todos los días". Pensaba una divertida duendecilla de ojos dorados. "Aunque no lo vi venir en ningún momento". Eso sonaba más extraño aún.
"Parece que Eddie está creciendo". Emmett siempre era así, pero pronto lo iba a hacer tragarse ese comentario mental.
"¿Cómo sucedió esto?" Se preguntaba una Rosalie visiblemente contrariada. "¿No deberíamos ver si ella está bien?"
"¿Está viva?" Se preguntó Jasper.
Edward se levantó velozmente de ella, completamente avergonzado. Sus hermanos ahogaron una carcajada al ver su reacción tan exagerada. Estaban seguros que de ser posible, él estaría totalmente rojo. Acallaron otra carcajada.
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Lo sintió retirarse, y pronto intentó imitar el movimiento, pero aún no era suficiente tiempo. Se sentó, acomodando su ropa. Una mano sujetando su falda y la otra apretando la tela de su blusa a la altura del corazón. El largo cabello castaño caía desordenado por su espalda, con algunas hojas en él. Mantenía la mirada en el suelo.
"¿No es extraño que no lo haya visto, Edward?" Le cuestionó mentalmente Alice. "¿Y cómo no te diste cuenta?"
"Es humana". Pensó Rosalie. "Pero, ¿cómo es...?"
"Es un poco extraña..." pensó Emmett.
"¿Por qué está tan tranquila? La gente normalmente nos teme". Se preguntaba Jasper.
"Es bonita". Pensó de forma distraída Edward, ignorando a todos sus hermanos. "¿Por qué no puedo escuchar sus pensamientos?"
Isabella estaba sorprendida, los escuchaba a todos. Y no había tenido que tocarlos, como Aro. Podía escuchar todo, a todos, podía oír sus pensamientos. Una pequeña sonrisa amenazó con apoderarse de sus labios, pero no la dejó. Y lo mejor, el lector de mentes no podía leer la suya.
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Alice se puso de cuclillas ante la joven, cuando estaba a punto de tocarla, la otra levantó el rostro.
-Hola, soy Alice Cullen y estos de aquí son mis hermanos Emmett, Jasper, Rosalie y Edward.- señaló a cada uno con su pequeña y blanca mano y luego le dedicó una sonrisa a Isabella. -¿Te encuentras bien?- asintió como respuesta, pero dirigió su vista a cada uno de ellos.
Edward se acercó y le tendió la mano para ayudarla a levantarse, ella la aceptó y así se puso de pie.
-Lo siento.- susurraron ambos a la vez. Los demás miraban la escena divertidos.
-¿Cuál es tu nomb...?- antes de que Edward terminara la pregunta un teléfono celular comenzó a sonar. Ella se soltó de su agarre y se agachó a recoger el pequeño aparato que se encontraba en el suelo. Al ver el nombre en la pantalla su rostro se iluminó y una dulce sonrisa se extendió en sus labios.
-Debo irme.- dijo en un susurro. –Adiós.- su pequeña mano se agitó en el aire antes de llevar el celular a su oído y responder con voz alegre.
Todos se quedaron inmóviles, viendo a la joven desaparecer entre los árboles del bosque y sin saber siquiera su nombre. Los cinco coincidieron en algo.
-Es extraña.-
Cinco ojos dorados se contemplaron con extrañeza, por primera vez estaban de acuerdo en algo.

Familia

-Esto es completamente absurdo.- murmuró un chico de aparentemente diecisiete años. Cabello cobrizo, grandes ojos dorados, piel pálida y ojeras moradas bajo los ojos.
-Vamos, Edward.- le reprochó una muchacha bajita con aspecto de duendecillo. Rebelde cabello negro, grandes ojos dorados, tez pálida y ojeras lilas. –No será tan malo.- dijo de nuevo, intentando convencer al muchacho.
-No lo vas a lograr, Alice.- clavó su vista de nuevo en el grueso libro que leía antes que su pequeña hermana interrumpiera su mundo.
-Edward Anthony Masen Cullen.- pronunció su nombre completo, pero él no se inmutó. –Tanya insiste en verte, han sido muy amables en invitarnos a pasar las fiestas con ellos. Debes bajar.- Alice parecía molesta, pero pronto esa expresión se volvió una que él conocía muy bien.
-¿Alice?- preguntó contrariado.
Alice era capaz de ver cosas que aún no pasaban, ya saben, el futuro. Pero este nunca era preciso; una decisión, por mas pequeña que fuera, podía cambiarlo todo. Edward, por su parte, era capaz de leer la mente de todos lo que le rodeaban, lo deseara o no.
¿No lo había mencionado? Ellos son vampiros, pertenecen a la familia Cullen; uno de los tres grandes clanes de vampiros en el mundo.
La muchacha ahogó un grito de emoción. Todos estaban reunidos a su alrededor, esperando con impaciencia lo que la vampiresa había visto.
-¿Qué pasa, Alice?- preguntó un muchacho rubio, de ojos dorados. La pareja de Alice, Jasper Hale.
-Habrá rebajas en Seattle en dos semanas.- respondió por ella Edward, mientras todos fruncían el ceño y miraban a una divertida Alice.
-¿Tanto alboroto por eso?- preguntó un vampiro enorme, de cabello castaño. –Comienzo a pensar que la enana necesita un psicólogo.- rió ante su broma.
-Cállate, Emmett.- le golpeó su mujer, una chica de figura escultural y cabello rubio.
-Iremos de compras, Rose.- le dijo la pequeña a la rubia. Ambas sonrieron. Si algo tenían en común Alice Cullen y Rosalie Hale, a demás de ser vampiros, era su gusto por las compras; aunque la primera estaba obsesionada.
Un hombre rubio le dirigió una mirada reprobatoria a Alice; mientras que la mujer de cabello color caramelo la miró con dulzura.
-No debes molestarte Carlisle.- le habló Edward a su padre. –Esme no lo está, y ya sabes como es Alice.- el hombre rubio asintió, no sin antes mirar el rostro dulce de su esposa.
Todos dejaron la habitación, menos Edward. Cuando la puerta iba a cerrase, Esme volvió a entrar.
-Sería lindo que bajaras un rato, cielo.- le dijo en tono maternal mientras apartaba el libro de sus manos. –No es bueno que estés siempre solo.-
-No quiero ser grosero, mamá.- comentó. –Pero conoces a Tanya, sabes que prácticamente se lanza sobre mí al verme.- ella rió al escucharlo. –Y sabes que es molesto.- Esme no podía discutirle ese punto. Esa vampiresa había estado enamorada de su pequeño desde muchas décadas atrás.
-Solo piénsalo.- besó su mejilla y volvió al piso de abajo, donde se encontraba el resto de su familia y sus amigos de Denali.
-No entiendo como logra convencerme.- murmuró para si mismo Edward, mientras marcaba la página del libro y se reunía con su familia.
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-Haz echo un estupendo trabajo, Isabella.- pronunció con admiración Aro. –Y ahora puedes hacer que los vampiros te escuchen en sus cabezas, ¿telepatía, haz dicho?- el vampiro flotaba alrededor de la chica. Como un pequeño niño en una tienda de mascotas.
Así es, amo Aro. -Escuchó la voz de Isabella en su cabeza y sonrió complacido.
-Aunque no me será de utilidad si no puedo recibir una respuesta mental.- comentó desilusionada.
-Pero tu puedes leer la mente, cielo.- repuso Aro, mientras llevaba un dedo a su barbilla, pensativo.
-Solo al tacto, si pudiera hacerlo cuando deseo...-
-No creo que alguien pueda hacerlo.- le dijo Marco, siempre tan negativo.
Isabella le sacó la lengua de modo infantil, y Marco rió. A nadie le asombró el cambio del antes callado vampiro, pues todos actuaban distinto desde que la chica se unió a ellos. Cincuenta y cinco años atrás...
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-¡Oh, Edward!- gritó Tanya al ver al vampiro de cabellos cobrizos bajar por las escaleras y como el había predicho, se lanzó a sus brazos.
-Hola, Tanya.- dijo de repente con mal humor. -¿Puedes apartarte?- no quiso sonar grosero, pero su paciencia no lo había acompañado en el viaje.
Ella obedeció, aunque frunció el ceño. Odiaba que Edward no le prestara atención, pero no iba a rendirse fácilmente. Pronto Edward sería suyo.
"Esa chica está loca, Edward". Pensó Emmett, mientras por su rostro se extendía una sonrisa, que Edward contesto con otra ante el pensamiento. "Me pregunto de que color es la ropa int.."
-Emmett.- Edward se apretó el puente de la nariz con el dedo pulgar y el índice. –No quiero saberlo.-
-Pues no entres en mi mente.- le dijo entre risas. Rosalie Hale le miró sin entender, a veces su marido era un completo idiota.
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-¿A dónde debo ir?- preguntó Isabella. Cayo la observó duramente, ella se encogió un poco.
-Irás a Forks, Washington.- Isabella observó a Aro con la boca abierta.
-¿Me enviarás a Estados Unidos?- todos se quedaron en silencio.
-Ahí se encuentra el clan de mi amigo Carlisle Cullen.- dijo Aro con alegría. –Quiero que estés cerca de ellos un tiempo, y vigiles los movimientos de este trío.- arrojó hacia ella tres fotografías. –Sospechamos de ellos desde hace meses.- ella asintió.
-¿Iré sola?- quiso saber.
-Heidi irá en un par de meses a ver como va todo.-
-¿Cuándo me marcho?- preguntó visiblemente triste.
-El fin de semana. Estudiarás en el instituto de Forks, ya te hemos matriculado.- ella volvió a asentir.
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-Me alegra que el viaje terminara.- dijo Edward mientras conducía su coche, un flamante volvo plateado.
-Si mamá te oye se molestará.- le dijo Alice desde el asiento trasero.
-No creo que Esme lo hiciera.- repuso Jasper.
Edward se quedó en silencio, intentando bloquear los dulces pensamientos de la feliz pareja. No lograba entender cómo todas las parejas en su casa eran tan empalagosas.
En un BMW detrás del volvo, venían Rosalie Hale al volante y Emmett Cullen a su lado. Ambos hablando sobre coches, pues eran la pasión de Rosalie.
Y en un mercedes negro, venían Esme y Carlisle Cullen, hablando sobre Edward.
Un clan de vampiros integrado por siete personas. Tres chicas y cuatro chicos. Tres parejas y Edward. Padres, hermanos y primos; o eso pensaba el pueblo.
Pero a fin de cuentas, una familia.
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-No quiero irme, hermana.- dijo Isabella, mientras algunas lágrimas se deslizaban por sus pálidas mejillas.
-No puedes fallarle a Aro, Isabella.- le respondió Heidi, aunque tampoco deseaba separarse de su pequeña y ficticia hermana vampiro. –Tu misma lo dijiste.- le recordó; en su papel de hermana mayor, autoritaria y responsable. Ambas rieron.
-Te voy a extrañar, Heidi.- dijo mientras la abrazaba. –Gracias por no matarme cuando te lo pedí.-
-Y yo te extrañaré a ti.- respondió. –Y gracias por ofrecérmela.- ambas sonrieron, luego terminaron de empacar las pertenencias de la más joven. El día de su partida había llegado.
Pronto Isabella Swan estaría en Forks.

Vida

Caminaba por los oscuros callejones de la ciudad de Volterra, en Italia. El gran reloj marcaba las tres de la mañana, una hora en la cual se le podía ver deambular como vil espectro. Sus pasos no producían sonido alguno sobre el empedrado que marcaba el camino que sus pies recorría. Todo estaba en silencio.
-Isabella.- escuchó una voz llamarle y pronto se vio invadida por una sensación de calidez. Adoraba escuchar esa voz, sentía que su vida volvía a ser suya.
-Hermana.- pronunció como respuesta. La otra se detuvo ante ella con una bella y cálida sonrisa adornando sus labios. -¿Te han enviado a buscarme?- le preguntó con curiosidad, pero a la vez, con algo de ansiedad.
-No, he venido por mi propia cuenta. Estaba segura que te encontraría por aquí.- respondió honestamente y sin apartar la mirada de Isabella.
-Me alegra que lo hicieras, Heidi.- una sonrisa se extendió por su rostro, y sus ojos violetas adquirieron un nuevo brillo.
Heidi es una muchacha alta y con una figura marcada; curvas en su sitio. Su cabello es de un lustroso color caoba, y su tez es tan pálida como la de cualquier vampiro existente. Sus ojos son rojos, símbolo de su dieta basada en sangre humana, pero usa lentillas azules, dándoles ese extraño matiz violeta.
Isabella es una vampiresa joven, estancada en las quince primaveras eternas. Su cabello es largo y castaño, a media espalda y un poco ondulado. Sus ojos solían ser marrones al estar viva, pero ahora son tan rojos como el resto. Usa lentillas como Heidi, lo que les facilita verse como hermanas reales.
-Haz estado un poco sombría, ¿no te parece?- preguntó la mayor, mientras apartaba algunos mechones castaños del rostro de su hermanita.
-Solo he pensado un poco en mi pasado.- dijo. –Quisiera vengarme por lo que nos hizo, quisiera matarlo con mis propias manos...- agregó mientras a su mente venía la imagen de aquél horrible hombre que había destrozado toda su vida en cuestión de horas.
-¿Y qué te lo impide?- le preguntó la otra, mientras una sonrisa maliciosa se adueñaba de sus labios.
-No creo que al amo Aro le guste.- la imagen del vampiro vino a inundar sus pensamientos.
Aro es uno de los Vulturis. Él, junto con Cayo y Marco, son los encargados de mantener la existencia de los vampiros en total secreto. Viven en Volterra, y junto con la guardia real -ya que los Vulturis son la realeza vampírica- controlan cada movimiento mal efectuado de su especie. Todos tienen poderes asombrosos, por eso es que se les permite unirse al grupo.
Aro, Cayo y Marco, tienen siglos de existir; nadie sabe por qué siguen juntos, dada su dieta a base de sangre humana. Los de la especie no tienden a agruparse en cantidades grandes, a excepción de dos clanes. El clan de Denali, ubicado en Alaska. Y la familia Cullen, en Estados Unidos. Muchos aseguran que su sed de poder y la ambición por el control les permiten seguir con el resto. Nada es seguro.
-Preguntémosle.- la simple sugerencia iluminó el rostro de Isabella. Y pronto ambas dirigieron sus pasos al castillo que habitaban, dispuestas a conseguir su objetivo.
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-¿Q-que h-haces a-aquí?- escuchó preguntar con miedo a Phil, su padrastro.
-Visito a un viejo amigo. ¿No te alegra verme?- la sonrisa en su rostro se ensanchó al ver al hombre acorralado contra la pared. Su risa se escuchó musical, alegre. Este era el momento que tanto había deseado, ahora tenía una razón más para entregarle su existencia al amo Aro.
-Mira como tiembla esta asquerosa rata.- murmuró Heidi, mientras su atractiva figura cruzaba el umbral de la puerta. –No puedo creer que ensuciarás tus manos con él, Isabella.-
-Antes de acabar contigo, debo agradecerte el que me hayas llevado hasta Heidi.- sus dedos atraparon el rostro de Phil, quién solo miró aterrado a su hijastra, aquella dulce e inocente niña que había desaparecido tres meses atrás, el mismo día que Renée Swan murió. –Si yo no hubiera caído en ese callejón, ahora no sería un vampiro.- los ojos del hombre se abrieron con incredulidad.
-Nosotros también deberíamos darle las gracias, en ese caso.- murmuró una seductora voz masculina desde la ventana. Dos figuras cubiertas por largas y negras capas se introdujeron en la vivienda, clavando sus ojos carmesí en el tembloroso sujeto.
-Félix, Demetri.- saludó dulcemente Heidi. -¿Qué hacen en Barcelona?- preguntó visiblemente curiosa.
-No queríamos perdernos el espectáculo.- dijo Félix. Demetri solo asintió y se echó a reír, mientras ambos dejaban caer las capuchas.
Un grito resonó en el silencio sepulcral de aquella lluviosa noche. Barcelona se estremeció a la mañana siguiente, cuando el cuerpo de Phil fue encontrado crucificado en la pared de su casa. Marcas de uñas y colmillos, huesos destrozados; torturado, fue la palabra que muchos usaron. ¿Lo más aterrador? En su cuerpo no había una sola gota de sangre.
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El latido de un corazón resonaba en el silencioso castillo italiano. Aro, Cayo y Marco miraban a Isabella con asombro, incapaces de comprender lo que ocurría.
-¿Cómo es eso posible?- preguntó Aro, mientras flotaba alrededor de Isabella. Ella solo lo contemplaba con respeto. -¿Qué dicen que ha ocurrido?- le preguntó a los otros. Félix, Demetri y Heidi se encogieron de hombros, asombrados por la misma razón.
-Mi corazón ha vuelto a latir cuando bebí la última gota de su sangre.- pronunció Isabella con asco, pero siendo sincera. –Creo que he obtenido su vitalidad, aunque dudo que se detenga alguna vez.- la posibilidad de morir ahora que tenía una vida eterna no pareció de su total agrado.
-Debe ser ha causa de tu poder.- concluyó Marco, desinteresado en el tema.
-Deseabas tanto arrebatarle su vida, que pasó a ser tuya.- dijo Cayo, mientras una sonrisa burlona se instalaba en su rostro de granito. –Ahora será más fácil que hagas tu trabajo.- Aro rió alegre, viendo el lado positivo del asunto; pues no lo había pensado hasta que su hermano lo comentó.
-Es posible.- murmuró ella como respuesta. -¿Puedo?- extendió su mano hacia Aro, quien asintió y la tomó entre la suya. Los pensamientos entusiastas de Aro pronto fueron oídos por Isabella, quien solo asintió y se retiró.
-Definitivamente, ella es perfecta para el trabajo.- concluyó Cayo.
-Lo sé. Me alegra que Heidi no la matara en ese callejón.- murmuró Aro.
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-No dejas de sorprenderme, Isabella.- murmuró riendo Alec, mientras estudiaba el rostro sonrojado de su amiga.
-Eres extraña, ¿lo sabías?- preguntó antipáticamente Jane, pues había dejado de ser la consentida de Aro cuando Isabella legó.
-No deberías haber dicho eso.- dijo la de ojos violetas, mientras sujetaba entre sus manos el pequeño e infantil rostro de Jane. Alec rió divertido ante la escena, Isabella se congeló en su sitio, y Jane se encogió asustada.
-Ahora ha copiado tu poder, hermana.- Alec parecía el más alegre en aquel sitio, mientras que Jane murmuraba una sarta de maldiciones.
Isabella se sentó en el piso, asimilando el nuevo don que le había sido otorgado.
-Tu naturaleza, aquella que te acompañó al momento de la transformación, es poco usual.- escuchó murmurar a Demetri desde la puerta. –Desde que renaciste, puedes ocultarte del resto y evitar que sus poderes te afecten. Eres indestructible.-
-Y no solo eso.- agregó Heidi, quien se unía a aquella pequeña reunión sin ser invitada. –Puede controlar cualquier cosa con su mente. Ya vieron como clavó a su padrastro en la pared.- rió divertida. –Pensé que alguien más estaba lanzando los clavos, por poco y me asustaba. Imagínense al tipo.- Demetri sonrió ante el recuerdo.
-Y ahora puede leer mentes como Aro, torturar físicamente como Jane, la habilidad de rastreador de Demetri, la habilidad de Marco...ha robado los dones de todos los Vulturis y la guardia.- dijo Félix, con fingido malestar.
-¿Qué te he robado a ti?- preguntó Isabella, recobrándose.
-Mi sexy y encantadora personalidad.- respondió el otro. Todos se echaron a reír, mientras que Félix los miraba con el ceño fruncido.
Las tardes en Volterra eran divertidas, no podía negarlo.
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-¿Estás segura de esto?- le preguntó Heidi.
-Aro me ha asignado mi primer trabajo. No pienso fallarle.- respondió Isabella, mientras deslizaba unas medias de red por sus blancas piernas. –Solo debo exterminar un neófito en Londres.-
-Pienso que no debes ir sola.- repuso la hermana mayor. –Solo llevas un año como vampiro, prácticamente sigues siendo un neófito.- insistió, pero desde el primer momento asumió su derrota.
-Puedo con ello.- y desapareció en la oscura noche.
Ese fue el inicio de su carrera como asesina. Neófitos en diferentes partes de Europa, Asia, África...
Isabella era perfecta para ello, y siempre volvía con una habilidad nueva.
Y así pasaron los años...
Cincuenta y cinco años...

Prologo

Estaba aterrada. En sus ojos color chocolate se reflejaba el terror que la embargaba al estar cerca de ese hombre, gruesas lágrimas empapaban sus mejillas mientras colocaba una mano sobre su acelerado corazón. Buscaba una forma de escapar de aquél lugar oscuro y frío.
Sus ojos se clavaron sobre la figura inmóvil en el suelo. Su corazón dejó de latir el tiempo que tardó en comprender lo que ocurría. Una mano sobre su boca para acallar sus sollozos y otra que apretaba con fuerza la tela de su falda verde.
-Mamá...- sintió que el mundo desaparecía bajo sus pies al reconocer el cuerpo sin vida de su madre. El hombre frente a ella la observó con una sonrisa triunfante, y ella negó en repetidas ocasiones con la cabeza, moviendo su largo cabello marrón. -¿Por qué?- se aventuró a preguntar.
Él no respondió con palabras, pero sus acciones bastaron para hacerla sentir mal.
La sostuvo violentamente por los hombros, ella gimoteó un poco, con miedo nuevamente. Sintió su blusa ser desgarrada con una navaja, y aunque forcejeó, no logró liberarse del agarre.
Gritó, pidió ayuda, pero no la obtuvo. Una bofetada en el rostro y unos labios sobre los suyos bastaron para hacerla callar. La lágrimas seguían corriendo, pero no se quejó. Pronto se vio desnuda ante su "padre".
No quiso presenciar eso, no importaba nada ya. Su padre había muerto antes de su nacimiento, por lo que su madre había estado sola; hasta que lo encontró a él. Su padrastro era una persona violenta, por lo menos desde hacía unas semanas. Con frecuencia su madre era azotada o abofeteada, y que decir de ella. En varias ocasiones había tenido que quedarse en casa por los golpes que recibía, pero jamás la había tocado del modo que lo hacía ahora.
Gritó, lloró, le arañó e intentó resistirse; pero solo consiguió lastimarse más. Sintió la vergüenza más grande, se sintió sucia y deseó morir cada segundo que estuvo con él. Más nunca llegó lo que tanto ansiaba.
Alcanzó a tomar una botella de vino vacía que rodaba por el suelo, como si el destino la hubiera puesto ante ella. La sujetó entre sus dedos y lo golpeó, no con la suficiente fuerza para matarlo. Tomó un juego de ropa limpia y se lo puso a prisa, con pasos torpes y sangre trazando un camino, abandonó su casa.
Las calles estaban oscuras y desiertas, nadie estaba fuera a esa hora. Intentó moverse más rápido, pero no podía hacerlo por el dolor. Un sonido la alertó de que alguien se acercaba y corrió, corrió y corrió. Pero tropezó y cayó sobre la fría y húmeda calle de un oscuro y desierto callejón.
No pudo volver a pararse, no quiso ver la realidad en ningún momento. No fue consciente de que alguien se acercaba a ella hasta que fue demasiado tarde.
Una figura femenina se encontraba en cuclillas ante ella, y no era una persona común y corriente. La mujer que la observaba tenía los ojos negros y una belleza devastadora. Su olor era dulce, pero no empalagoso, ni se parecía a ninguna loción, era natural.
Sus ojos solo reflejaban deseo cuando tocó el rostro de la muchacha de ojos marrones. Se pasó la lengua por los labios, y tragó con pesadez, esa chica que se desangraba ante ella tenía una aroma demasiado atractivo.
Dejó de apretar su falda manchada de sangre para tocar el rostro de la otra joven, sus ojos solo mostraban curiosidad, aunque no había rastro de miedo en ella. Delineó con sus dedos el rostro de su bella compañera, luego ladeó la cabeza, y cerrando los ojos abrió un poco su blusa, dejando expuesta la blanca piel de su cuello.
La otra le miró con asombro. La sorpresa opacaba al deseo antes visto.
-Bebe mi sangre.- dijo en un murmullo la joven. –Es tuya.- sus labios pronunciaban las palabras con seguridad, sin rastro de terror o truco. No iba a escapar, quería que ella la matara en ese instante.
La vampiresa la observó una vez más antes de clavar los colmillos en la piel expuesta. La otra apretó los ojos un segundo, pero luego se relajó.
Pronto todo iba a acabar.

¡En hora buena, Jasper!

Me encontraba desayunando tranquilamente, sentado a la mesa mientras veía una estúpida comedia sin sentido en el televisor. Mi tazón de cereal parecía poco apetecible ahora que me acordaba que debía comerlo.
Mi nombre es Edward Cullen. Soy un chico común y corriente de diecinueve años; cabello castaño cobrizo, ojos verdes, tez clara, altura promedio y cuerpo normal. Pero eso parece ser suficiente para la población femenina que me ha seguido desde secundaria.
-Hey, Edward.- me llamó mi hermano con su estridente voz. -¡Ya te has levantado!- ¿cuántas veces tendría que decirle a Emmett que parecía una colegiala cuando gritaba de ese modo?
-Son las diez, Emmett.- le respondí con el ceño fruncido y con menos apetito del que tenía hace un minuto. -¿Dónde está Jasper?- todo estaba en silencio, algo poco normal en el departamento.
Emmett Cullen es mi hermano, es dos años mayor que yo. Su cabello es castaño y tiene los ojos cafeces, es grande y musculoso, muy bromista y tiene un excelente sentido del humor, aunque la mayoría del tiempo es un idiota. Ambos compartimos apartamento con Jasper Hale, un chico rubio de ojos azules muy agradable. Es hermano de la chica que le gusta a Emmett: Rosalie Hale, su gemela.
Los tres nos conocimos en secundaria, y desde entonces vivimos juntos. Los padres de Jasper se la pasan viajando, y los míos y de Emmett, murieron en un accidente de tráfico hace cinco años. Desde entonces Emmett me cuida, aunque parece que la situación es al revés.
Vivimos en un pequeño apartamento en Arizona, pero, nos encanta nuestro estilo. Tenemos una habitación para cada quien y sabemos respetar el espacio de los otros, aunque a veces Emmett se olvida de eso y nos vemos envueltos en algún extraño lío.
Siempre me he considerado una persona responsable, e inteligente, no es por presumir. A comparación de mi hermano, yo soy la voz de la razón. Ya saben que así es la hermandad.
Jasper es realmente un gran compañero, ha salido por años con Alice Brandon, una de las mejores amigas de Rosalie. Incluso ha pensado en pedirle matrimonio algún día. Es un chico realmente honesto y está completamente enamorado de esa chica.
Nunca he asistido a las reuniones que dan las parejas de mis compañeros, siempre estoy ocupado en otra cosa, ya sean trabajos escolares o simple ocio. He visto a Rosalie y Alice en fotos, pero no conozco a su otra amiga, Bella; de la cual nunca dejan de hablar los muchachos...
-Aquí estoy.- murmuró Jasper mientras pasaba con un altero de ropa y lo arrojaba al sofá de la sala, para luego desaparecer de nuevo.
-¿Qué demonios hace?- me preguntó Emmett mientras se sentaba a la mesa con sus huevos revueltos enfrente. –Creo que le ha afectado la cerveza de anoche...- negué con la cabeza, Jasper ni había bebido...
-Es algo más...- no terminé de habar cuando Jasper volvió a entrar con una maleta tras él. -¿A dónde vas?- le pregunté receloso, ¿por qué no nos había dicho que se marchaba a...? ¡A dónde sea que se marche!
-Chicos...- nos abrazó por los hombros a ambos y una pequeña sonrisa se extendió por sus labios. -...nos vamos a Las Vegas...- abrí la boca impresionado y Emmett comenzó a chiflar.
-¡Vas a pedirle matrimonio!- gritó mi hermano mientras aplaudía y reía.
Jasper se dejó caer en una de las sillas y suspiró.
-Si, es el momento.- sus ojos brillaron por la excitación.
Tomó el teléfono y marcó el número de su hermana, avisándole del cambio de planes para todos. Rosalie gritó por la línea, para luego darle la noticia de la "invitación" a Alice, luego chillaron las dos juntas. La llamada terminó pronto, por lo que empezamos a empacar lo necesario para quedarnos algunas semanas en el "Brandon Palace", el hotel de la familia de Alice.
-Oh, Eddie, este es el día mas feliz de mi vida...- cantó Emmett cerca de mí.
-Creo que es el de Jazz.- me miró con el ceño fruncido y cruzó los brazos frente a su musculoso pecho. -¿Por qué es este día genial, Emmett?- le pregunté con fingido interés.
-Veré a Rosalie de nuevo, y estaremos juntos mucho tiempo.- ¡vaya! Hasta parece que es él quien se va a casar. –Y tu conocerás a las chicas hoy...-dijo picándome. –Estoy segura que Bella y tu se llevarán muy bien.- me guiñó un ojo, parece que se trae algo entre manos.
-¿Qué intentas hacer?- le pregunté enarcando una ceja. -¿Crees que necesito una novia?- volví a intentar que me revelara sus planes, pero no funcionó.
-Solo quiero que te lleves bien con las amigas de mi novia.- dijo de modo inocente, pero el brillo en su mirar no significaba nada bueno.
Emmett intenta esconder las cosas, pero con un simple vistazo a sus ojos castaños te das cuenta de si miente o dice la verdad. También es algo predecible, aunque siempre fingimos que nos toma por sorpresa para alegrarle el día. Jasper y yo somos más tranquilos y reservados, no andamos por ahí haciendo el tonto, por lo que no nos vemos atorados en los problemas como mi hermano.
A veces me pregunto si no seré en verdad familiar de Jasper, después de todo, Emmett y yo no tenemos nada en común.
As de Corazones- As de Corazones- As de Corazones- As de Corazones- As de Corazones
El camino fue entretenido. Emmett se puso a cantar cada una de las canciones que pusimos, intentando imitar la voz de las cantantes y haciendo algunas bromas. Jasper iba en el asiento trasero, sonriendo y sin dejar de mirar la sortija de compromiso; y yo, bueno yo iba en el asiento del copiloto intentando leer un libro.
Emmett rebasó los límites de velocidad dos veces, por lo que obtuvimos como premio dos infracciones de tránsito. Pero, si yo no hubiera perdido ese juego de piedra, papel o tijera, podría ir conduciendo mi volvo plateado...el que Emmett acaba de hacer frenar de golpe.
-¡Emmett, mi coche!- le grité cuando, en medio de un chillido, el volvo se detuvo. -¿Qué demonios...?- no pude terminar.
-¡Maldición!- gritó Emmett mientras bajaba del auto y azotaba la puerta. -¡No va a arrancar de nuevo!- gritó desde el frente.
-¡Vamos a llegar tarde!- Jasper era un manojo de nervios, caminaba de un lado a otro y luego me miraba, como si yo tuviera la culpa de todo. –Oh, no es verdad.- se dejó caer en el asiento trasero mientras maldecía su suerte.
-No exageres, amigo.- le dijo Emmett, pero yo estaba por estrangularlo. ¡Mi coche no iba a arrancar por su culpa! ¡Mi volvo plateado! –Talvez podamos pedir que nos lleven...- como por arte de magia un convertible azul marino se detuvo detrás de nuestro coche.
Tres chicas se bajaron de él.
-Hola, chicos.- murmuró una de ellas con su voz chillona. –Mi nombres es Tanya, y ellas son mis amigas Lauren y Jessica.- señaló a las otras dos, quienes intentaron sonreír de forma seductora.
Las tres iban vestidas con minifaldas, demasiado pequeñas y blusas muy ajustadas. Calzaban tacones muy delgados y sus maquillajes eran demasiado exagerados. Las tres se giraron a verme.
-Hola, chicas.- respondió mi hermano, divertido. –Yo soy Emmett, él es mi hermano Edward y él nuestro amigo Jasper.- hicimos un pequeño gesto con la mano y luego desviamos la mirada de ellas.
-¿Ha dónde se dirigen?- preguntó Lauren.
-A Las Vegas, mi amigo va a pedirle matrimonio a su novia.- Jasper se incorporó de un salto, mirando con enfado a Emmett. Yo solo negué con la cabeza mientras ponía una mano sobre su hombro.
-Nosotras vamos a Las Vegas.- rió Jessica. –Podemos llevarlos...- su mirada fue a parar en mí.
-Claro.- Emmett nos arrastró al coche azul y empujó a Jasper hasta sentarlo.
-Adelántense.- dije dando media vuelta. –Intentaré arreglar el auto.- Emmett se encogió de hombros y se subió al convertible. Las chicas me miraron molestas, pero no hicieron comentario. -¡Genial!- mascullé cuando se fueron. -¿Ahora que hago?- estaba parado en la carretera, con mi precioso auto sin arrancar, y sin herramientas para trabajar.
A sí, sin ayuda. Mi hermano me había abandonado. A Jasper lo perdono porque lo llevaron contra su voluntad, pero Emmett...
Me senté sobre la cajuela, intentando tranquilizarme.
Y así pasó una hora...
Y luego fueron dos...
En medio de aquel calvario de furia solo pude mascullar entre dientes:
-¡En hora buena, Jasper!-