Bella POV
Vagaba por las calles de Port Angeles. Buscaba con la mirada cualquier anuncio que me fuera de utilidad, no logro entender por qué en una ciudad tan concurrida -y con tantas fuentes de trabajo- no puedo encontrar un solo cartel que diga: "Se solicita personal".
Me encontraba maldiciendo en mi interior por tan infructuosa búsqueda cuando me detuve frente a una tienda de artículos un tanto extraños –cosas de hechicería, religiosos, cultos prohibidos, rockeros y góticos- llamada "Plaza Fantasía". Como un impulso –igual a aquellos que seguía para oír la voz de Edward- mis pies comenzaron a moverse hacia el interior del oscuro local.
En él había tres chicos y dos chicas que estaban sentados en la escalera que llevaba a la planta alta de aquella tienda –conversaban entre ellos mientras la música sonaba por todo el espacio- en cuanto notaron mi presencia giraron sus rostros hacia mi y todo quedó en silencio. Y en cierto sentido, me recordaron a los Cullen.
Los tres chicos eran altos –una cabeza por encima de mi, todos de la misma estatura- su figura era parecida a la de Jasper. Sus ojos eran distintos: uno de ellos los tenia chocolate –como los míos-; el segundo, azules –como los de Mike-; y el tercero, verdes –como los había tenido Edward en su vida humana- y los mantenían posados sobre mi figura.
Las chicas mantenían una estatura promedio –la mía, en realidad- sus figuras no eran tan marcadas como la de Rosalie –ni como la de Alice- pero sus cuerpos eran dignos de admirar. Una de ellas tenia los ojos verdes y la otra azules. Como si fuera una condición para el grupo.
Los cinco tenían el cabello de un negro intenso –que contrastaba con la pálida piel albina-. Las chicas lo usaban corto y con copete, y los chicos tenían ese aire despeinado que tanto adoraba de mi prometido.
Ellos vestían jeans y camisetas manga corta negras y calzaban unos tenis converse bajos negros. Ellas, vestían pescadores de mezclilla y blusas negras sin manga, también usaban la misma marca de tenis –solo que altos- y en negro. Las uñas de todos estaban cubiertas por esmalte negro.
Sus rostros eran hermosos –no tan devastadores como los que apreciaba con frecuencia- y sus facciones relajadas. Sus posturas eran completamente naturales –aunque parecían posar para una revista- y mientras los estudiaba, una de las chicas me sonrió –la de ojos verdes- al mismo tiempo que abandonaba a sus compañeros y se encaminaba hacia mi.
-¿Puedo ayudarte en algo?-preguntó amablemente la chica, que a mi parecer no cumplía aun los diecinueve años.
-Venia a ver el empleo- respondí mientras le sonreía.
-Oh, chicos vengan aquí- les llamó y todos comenzaron a acercarse.
-Yo soy Bibiana –dijo la de ojos verdes- y ella es Carolina –señaló a la otra chica, la de ojos azules.- Ellos son Tomás –el de ojos verdes- Jonathan –el de ojos chocolate- y él es Antonio –el de ojos azules-.
-Un gusto conocerlos, soy Bella- digo mientras intento recordar sus nombres: son Bibi, Caro, Tom, Jony y Tony o al menos esos podrían usar para facilitarme las cosas.
-¿Bella?-pregunta uno de los chicos, Jonathan.
-En realidad me llamo Isabella, pero todos mis amigos me dicen Bella- aclaro.
-Bueno, es solo que no acortamos nuestros nombres...eso nos da...personalidad- comenta Carolina.
-Oh perdón.- listo, me disculpé. -¿En qué consiste el empleo?-pregunto un poco entusiasmada.
-No es nada del otro mundo, Isabella. Los artículos tienen los precios en las etiquetas y solo nos concentramos en darle buena vista a la tienda. Conversamos con los clientes y cobramos. Eso es todo- me explicaba Antonio.
-Pero si aceptas quedarte aquí, tendrás que cambiar tu apariencia.- comentó Bibiana.
¿Qué mas da? Acepto encantada.
La alarma comienza a sonar anunciando el inicio de otro día. Me levanto pesadamente de la cama y me dirijo al baño a tomar una ducha. Charlie se ha ido a trabajar ya.
El agua caliente resbala por mi cuerpo mientras mis pensamientos se encaminan hacia mis nuevos amigos. Bibiana es una chica alocada y acaba de cumplir los dieciocho años, ella y Jonathan son pareja desde hace algunas semanas. Carolina es igual de atolondrada que su amiga, no es fría ni calculadora como Rosalie, tiene diecinueve igual que yo y está emparejada con Antonio.
Jonathan es una persona simplemente genial, siempre tiene algo que contar para hacernos estallar en carcajadas y adora molestarme. Antonio es algo reservado, pero cuando entra en ambiente es super divertido. Tomás es un chico muy lindo y simpático, está al pendiente de mi todo el tiempo. Los tres tienen diecinueve.
Salgo envuelta en una toalla y me dirijo a la habitación. Hoy es sábado, es mi quinto día en el trabajo y estoy realmente feliz. Me divierto mucho con todos y mi primer sueldo viene en camino, según tengo entendido es de lunes a sábado –de ocho a ocho- y ganamos 150 dólares. Es una paga razonable, contando que las ventas son buenas y que casi no hacemos nada.
Me pongo una blusa negra y una falda de mezclilla, los casuales converse altos y me dirijo al espejo. Comienzo a cepillar mi cabello –ahora corto y de un negro intenso, como lo usaba Alice- y luego empiezo a maquillarme. Un poco de polvo, el rimel en las pestañas, el labial negro difuminado a un morado claro y el delineado bien marcado.
Aprecio el cambio total en mi reflejo. El cabello –como nunca pensé usarlo-, la ropa –nunca me había puesto falda desde que me mudé a Forks-, el maquillaje –contrastando con la pálida piel- los zapatos –imposible caerse con ellos, algo bueno para mí- las uñas negras y la excitación en la mirada. Adoro mi trabajo y a mis compañeros.
Tomo el morral -donde siempre cargo mi cartera, el celular que acabo de comprar y las llaves de mi nuevo coche- y salgo al trabajo.
Al llegar ya los demás están ahí –sentados en las escaleras- conversando animadamente. Al verme todos sonríen y comienzan a explicarme el plan para la noche. Según me dicen, cada sábado se reúnen para hacer una pequeña fiesta entre amigos.
Bibiana y Carolina viven en un departamento aquí en Port Angeles; y los chicos viven todos en la casa que los padres de Tomás le dejaron al morir, a las afueras de la ciudad. Escogen por medio de un volado donde se quedaran e insisten en que los acompañe, pero no creo que Charlie este de acuerdo. Aún así no doy un NO definitivo y llamo a mi padre. Obteniendo la respuesta deseada.
Charlie decidió ir de pesca este fin de semana y me ha dejado quedarme con mis amigas. Regreso a casa con el coche de mis amigos siguiéndome. Entro a la casa, tomo algo de ropa para el día siguiente, dejo una nota para mi padre con el numero al que puede llamarme, y salgo de nuevo para abordar el auto en el que todos nos iremos.
Una vez hemos llegado a casa de las chicas, me quedo con la boca abierta al ver lo que han preparado para esta noche. La fiesta da inicio. Esto es algo que no voy a olvidar nunca.
Vagaba por las calles de Port Angeles. Buscaba con la mirada cualquier anuncio que me fuera de utilidad, no logro entender por qué en una ciudad tan concurrida -y con tantas fuentes de trabajo- no puedo encontrar un solo cartel que diga: "Se solicita personal".
Me encontraba maldiciendo en mi interior por tan infructuosa búsqueda cuando me detuve frente a una tienda de artículos un tanto extraños –cosas de hechicería, religiosos, cultos prohibidos, rockeros y góticos- llamada "Plaza Fantasía". Como un impulso –igual a aquellos que seguía para oír la voz de Edward- mis pies comenzaron a moverse hacia el interior del oscuro local.
En él había tres chicos y dos chicas que estaban sentados en la escalera que llevaba a la planta alta de aquella tienda –conversaban entre ellos mientras la música sonaba por todo el espacio- en cuanto notaron mi presencia giraron sus rostros hacia mi y todo quedó en silencio. Y en cierto sentido, me recordaron a los Cullen.
Los tres chicos eran altos –una cabeza por encima de mi, todos de la misma estatura- su figura era parecida a la de Jasper. Sus ojos eran distintos: uno de ellos los tenia chocolate –como los míos-; el segundo, azules –como los de Mike-; y el tercero, verdes –como los había tenido Edward en su vida humana- y los mantenían posados sobre mi figura.
Las chicas mantenían una estatura promedio –la mía, en realidad- sus figuras no eran tan marcadas como la de Rosalie –ni como la de Alice- pero sus cuerpos eran dignos de admirar. Una de ellas tenia los ojos verdes y la otra azules. Como si fuera una condición para el grupo.
Los cinco tenían el cabello de un negro intenso –que contrastaba con la pálida piel albina-. Las chicas lo usaban corto y con copete, y los chicos tenían ese aire despeinado que tanto adoraba de mi prometido.
Ellos vestían jeans y camisetas manga corta negras y calzaban unos tenis converse bajos negros. Ellas, vestían pescadores de mezclilla y blusas negras sin manga, también usaban la misma marca de tenis –solo que altos- y en negro. Las uñas de todos estaban cubiertas por esmalte negro.
Sus rostros eran hermosos –no tan devastadores como los que apreciaba con frecuencia- y sus facciones relajadas. Sus posturas eran completamente naturales –aunque parecían posar para una revista- y mientras los estudiaba, una de las chicas me sonrió –la de ojos verdes- al mismo tiempo que abandonaba a sus compañeros y se encaminaba hacia mi.
-¿Puedo ayudarte en algo?-preguntó amablemente la chica, que a mi parecer no cumplía aun los diecinueve años.
-Venia a ver el empleo- respondí mientras le sonreía.
-Oh, chicos vengan aquí- les llamó y todos comenzaron a acercarse.
-Yo soy Bibiana –dijo la de ojos verdes- y ella es Carolina –señaló a la otra chica, la de ojos azules.- Ellos son Tomás –el de ojos verdes- Jonathan –el de ojos chocolate- y él es Antonio –el de ojos azules-.
-Un gusto conocerlos, soy Bella- digo mientras intento recordar sus nombres: son Bibi, Caro, Tom, Jony y Tony o al menos esos podrían usar para facilitarme las cosas.
-¿Bella?-pregunta uno de los chicos, Jonathan.
-En realidad me llamo Isabella, pero todos mis amigos me dicen Bella- aclaro.
-Bueno, es solo que no acortamos nuestros nombres...eso nos da...personalidad- comenta Carolina.
-Oh perdón.- listo, me disculpé. -¿En qué consiste el empleo?-pregunto un poco entusiasmada.
-No es nada del otro mundo, Isabella. Los artículos tienen los precios en las etiquetas y solo nos concentramos en darle buena vista a la tienda. Conversamos con los clientes y cobramos. Eso es todo- me explicaba Antonio.
-Pero si aceptas quedarte aquí, tendrás que cambiar tu apariencia.- comentó Bibiana.
¿Qué mas da? Acepto encantada.
La alarma comienza a sonar anunciando el inicio de otro día. Me levanto pesadamente de la cama y me dirijo al baño a tomar una ducha. Charlie se ha ido a trabajar ya.
El agua caliente resbala por mi cuerpo mientras mis pensamientos se encaminan hacia mis nuevos amigos. Bibiana es una chica alocada y acaba de cumplir los dieciocho años, ella y Jonathan son pareja desde hace algunas semanas. Carolina es igual de atolondrada que su amiga, no es fría ni calculadora como Rosalie, tiene diecinueve igual que yo y está emparejada con Antonio.
Jonathan es una persona simplemente genial, siempre tiene algo que contar para hacernos estallar en carcajadas y adora molestarme. Antonio es algo reservado, pero cuando entra en ambiente es super divertido. Tomás es un chico muy lindo y simpático, está al pendiente de mi todo el tiempo. Los tres tienen diecinueve.
Salgo envuelta en una toalla y me dirijo a la habitación. Hoy es sábado, es mi quinto día en el trabajo y estoy realmente feliz. Me divierto mucho con todos y mi primer sueldo viene en camino, según tengo entendido es de lunes a sábado –de ocho a ocho- y ganamos 150 dólares. Es una paga razonable, contando que las ventas son buenas y que casi no hacemos nada.
Me pongo una blusa negra y una falda de mezclilla, los casuales converse altos y me dirijo al espejo. Comienzo a cepillar mi cabello –ahora corto y de un negro intenso, como lo usaba Alice- y luego empiezo a maquillarme. Un poco de polvo, el rimel en las pestañas, el labial negro difuminado a un morado claro y el delineado bien marcado.
Aprecio el cambio total en mi reflejo. El cabello –como nunca pensé usarlo-, la ropa –nunca me había puesto falda desde que me mudé a Forks-, el maquillaje –contrastando con la pálida piel- los zapatos –imposible caerse con ellos, algo bueno para mí- las uñas negras y la excitación en la mirada. Adoro mi trabajo y a mis compañeros.
Tomo el morral -donde siempre cargo mi cartera, el celular que acabo de comprar y las llaves de mi nuevo coche- y salgo al trabajo.
Al llegar ya los demás están ahí –sentados en las escaleras- conversando animadamente. Al verme todos sonríen y comienzan a explicarme el plan para la noche. Según me dicen, cada sábado se reúnen para hacer una pequeña fiesta entre amigos.
Bibiana y Carolina viven en un departamento aquí en Port Angeles; y los chicos viven todos en la casa que los padres de Tomás le dejaron al morir, a las afueras de la ciudad. Escogen por medio de un volado donde se quedaran e insisten en que los acompañe, pero no creo que Charlie este de acuerdo. Aún así no doy un NO definitivo y llamo a mi padre. Obteniendo la respuesta deseada.
Charlie decidió ir de pesca este fin de semana y me ha dejado quedarme con mis amigas. Regreso a casa con el coche de mis amigos siguiéndome. Entro a la casa, tomo algo de ropa para el día siguiente, dejo una nota para mi padre con el numero al que puede llamarme, y salgo de nuevo para abordar el auto en el que todos nos iremos.
Una vez hemos llegado a casa de las chicas, me quedo con la boca abierta al ver lo que han preparado para esta noche. La fiesta da inicio. Esto es algo que no voy a olvidar nunca.
super intrigada, un poco mas largos seria mucho pedir???
ResponderEliminaramo esta historia.