Bueno en primer lugar me gustaría decirles que todo lo que se vaya a publicar en este blog son FanFics de crepúsculo, todos los personajes, espacios y demás cosas que aparezcan en cualquier libro de la saga son propiedad de Stephenie Meyer.
Los FanFics de crepúsculo no son de nuestra propiedad (Guadalupe Vulturi y Daniela Cullen) cada uno tiene su respectivo autor, y esta señalado en la descripción de cada FanFic. Tengan en cuenta que cualquiera de esos FanFics también se pueden encontrar en FanFiction.net u otro blog mientras tengan permiso de su autor.
Fuera de eso, no tengo nada más que decirles aparte de que disfruten su lectura.

Compañeros

Inmóvil, permanecí en el mismo lugar en el que él me había dejado. Mantuve los ojos cerrados durante largo tiempo, tratando de revivir la caricia que él había depositado sobre mi mejilla, provocando un extraño revoloteo de mariposas en mi estomago y una susceptible aceleración del ritmo cardiaco.
Por desgracia, no me encontraba sola. La voz de Mike llegó a mí desde muy lejos, a pesar de que cuando abrí los ojos apenas nos encontramos separados por unos pasos.
- ¿Te encuentras bien? – Sonaba preocupado, pero de fondo se podrían discernir otros sentimientos, tal vez Edward tuviera razón respecto a sus suposiciones - ¿Harás el trabajo con Cullen?
- Es lo que nos han mandado, ¿no? – respondí secamente, debido al tono de furia que había utilizado para referirse al apellido de mi compañero de mesa.
- No tienes porque hacerlo – me sorprendió la dureza de sus palabras – Ahora mismo le ordeno al profesor que te cambie de pareja, podrías hacerlo conmigo – su voz se relajo al pronunciar esas últimas palabras, y yo me habría enfadado por el tono posesivo que había empleado de no ser porque estaba demasiado sorprendida para percatarme.
Edward había acertado con sus suposiciones, aunque de hecho, ahora dudaba que no fuesen algo más que eso.
Permanecí silenciosa, perdida entre los misterios que rodeaban a mi compañero de mesa… por alguna razón me gustaba llamarlo así, compañero… sonaba tan lindo…
De nuevo Mike se encargó de devolverme a la fría y oscura realidad. Su mirada había absorbido la mía y me observaba cuidadosamente, con una expresión confundida en su rostro.
- No creo que sea necesario cambiar de pareja, Mike – trate el tema de modo cuidadoso, lo último que deseaba era que alguien se enterara de mi estúpida e irrazonable obsesión por Edward. No obstante mis palabras no bastaron a Mike, parecía dispuesto a protestar - Escucha – me obligue a mi misma a ser razonable y no mandarlo al infierno, o a cualquier otro lugar que se le pareciera – Comprendo que te sea difícil de entender, pero de verdad deseo estudiar, y dado lo extraño de mi situación, prefiero no dar más motivos al profesor para dudar de mis motivos. De modo que… - pause, tratando de ignorar la extraña mueca que cubría su rostro; tal vez el profesor no hubiera sido el único en malentender las cosas. Borre esa idea de mi mente, no deseaba preocuparme por ello – haré ese maldito trabajo con Edward, conseguiré que el profesor me ponga una buena nota, y nadie más pondrá en duda que el único motivo por el que estoy aquí – trate de recalcar la palabra "único" – es para adquirir una educación, independientemente de las personas que me rodeen.
Termine mi discurso con cierta violencia, realmente mis palabras no solo estaban dedicadas a él, sino también a mi misma. Resultaba difícil concentrarse únicamente en los estudios cuando una parte de mi mente se encontraba fija en él, en Edward, no obstante mi prioridad debían seguir siendo estos, pasara lo que pasara.
Mike pareció resuelto a replicar mis palabras, pero en el último momento, cambio de idea.
- Sigues dispuesta a ser mi acompañante en el baile de bienvenida que cerebrara mi padre el sábado dentro de dos semanas, ¿cierto?
- Claro – conteste con fingido entusiasmo. Por mucho que deseara cambiar ese plan, un trato era un trato y se lo debía tanto a Mike como a Charlie, no obstante trate de dejar las cosas en orden – Será estupendo poder ir al baile contigo. Los chicos de Phoenix tan solo invitan a las chicas a un baile cuando desean cortejarlas, ninguno de ellos invitaría a una amiga. – trate de acallar mi conciencia por la culpabilidad que sentía en ese momento. Pese a ello, la idea de que Edward tuviera razón sobre sus pretensiones sobre mi, me pareció demasiado aterradora para prestar atención a la mueca de dolor que ponía ante mis palabras. Desvié la vista preparada para soltar un último hachazo -Que bueno que tú seas distinto.
Desvié el rostro tratando de huir de la expresión de sus ojos en respuesta a mis palabras. Aun así, no me arrepentí de haberlas pronunciado.
- Nos vemos mañana Mike. – me despedía apresuradamente, mientras el seguía fijo en el lugar donde yo le había hablado. Me reconocí cobarde y mezquina en ese momento, y traté de huir lo más rápidamente posible, tanto de esos sentimientos, como de la sensación de culpabilidad que su presencia me provocaba.
No disminuí el ritmo de mis pasos hasta hallarme consecuentemente a salvo, dejando a tras todas y cada una de las casas del pueblo, e internándome en el pequeño camino que llevaba a mi casa.
No tarde demasiado en llegar, a causa principalmente de la velocidad de mis pasos, que instintivamente, trataban de mantener la mayor distancia posible entre cualquier persona que juntase las palabras "prometida" o "compañera" y mi incluyera a mi dentro de ese termino.
Entre en casa, y descubrí que Charlie aun no había llegado. Satisfecha por ello comencé a preparar la comida, y tan solo entonces, mientras me encontraba tranquila contemplando la humeante sopera sobre el fuego de la cocina, me percate de algo que inconcientemente había retirado de mis pensamientos, pero que regresaba ahora con energías renovadas.
En apenas un par de horas, me vería obligada a pasar la tarde entera junto a Edward Cullem, cuya mirada se había transformado ahora, del amenazador negro de antaño, a un cálido topacio líquido, indescriptible a palabras humanas, y completamente hipnotizante.
No comprendía porque esta simple perspectiva lograba ponerme tan nerviosa, sin embargo, así era, y no podía controlarlo. Transcurrir horas en la misma habitación, poder conocerlo mejor… resultaba una idea demasiado fascinante, incluso para mi misma.
Me serví un plato de comida y sin esperar a Charlie, quien probablemente no regresaría hasta la noche, comencé a alimentarme.
Después de comer me tocó enfrentarme a un serio dilema. Por un lado, no me hacía ni pizca de gracia acudir a la cita de la tarde con el vestido negro y de mojigata que había elegido para acudir a la escuela. Por otro, cambiarme de ropa suponía reconocer abiertamente que mi interés por Edward Cullen superaba lo meramente profesional, por llamarlo de alguna manera. Aparte de eso, tampoco me hacía ninguna gracia batirme con el corsé de nuevo, y sabía que vistiera lo que vistiese, seguiría desentonando ante la perfecta belleza que él poseía.
Finalmente, decidí conservar el vestido, pero deshice el moño que aprisionaba mi pelo fuertemente contra la cabeza, y lo deje caer libremente, resaltando las ondulaciones naturales que poseía. Jamás llegaría a su altura, pero de ese modo no resultaría demasiado evidente mi inexplicable interés por resultarle mínimamente atractiva.
Maté el resto del tiempo mientras releía mi preciado libro de Romeo y Julieta, y luché contra mis instintos de colocar el rostro de Edward a mi amado Romeo. Sorprendentemente, el tiempo transcurrió deprisa, y antes de darme cuanta ya eran alrededor de las cuatro y media, lo cual pude percibir por las sonoras campanas de la Iglesia, cuyo sonido era arrastrado por el viento hasta mi casa.
Sonriente y emocionada, prepare mi cartera y abandone la casa.
Tome con desmedido entusiasmo el camino que me llevaría junto a él, junto a Edward, y mis mejillas se tiñeron de un rojo intenso ante la percepción de mis pensamientos. ¿Cómo era posible que, apenas un par de días de haberlo conocido, transcurridas escasas horas desde nuestra primera conversación, fuese ya capaz de ejercer tal poder sobre mi misma?
No lo sabía, y me asustaba, aun así no estaba dispuesta a permitir que mis dudas arruinaran aquella hermosa tarde en su compañía, al mismo tiempo que me prometía a mi misma tratarlo nada más como a un compañero. Eso era lo que era y lo que debería seguir siendo.
Me sorprendió a mi misma la rapidez con la que las casas del pueblo fueron apareciendo. Probablemente mi entusiasmo me había obligado a andar más deprisa de lo que tenía pensado, por lo que ahora llegaría demasiado temprano a la cita.
¡Genial! Me enfurecí conmigo misma. Lo último que deseaba era parecer ansiosa, a pesar de reconocer internamente que así era como me encontraba.
Resignada, me guié a mi misma hasta el primer local por el que me había interesado desde mi llegad a Forks, la Biblioteca. Una mujer de mediana edad y aspecto severo me examino cuidadosamente antes de permitir mi acceso. Supuse que ella seria un gran impedimento para mis posibles conversaciones con Edward, pero para mi satisfacción, una vez comprobó que mi atención recaía en mis libros, se introdujo ella misma en una sala aparte y cerro la puerta.
Relajada, y tratando de desviar mis pensamientos del objeto de mi atención, enfoque mi mente a los libros y trate de hallar alguno que nos sirviera para el trabajo. Encontré uno que me interesaba, y hacia ya bastante tiempo que deseaba leer, Norte y Sur, de Elizabeth Gasgell; el echo de que su autora fuera una mujer, acrecentó mis ansias por leerlo.
Me acomode en una de las mesas y comencé a leerlo. Tal y como solía ocurrirme, tras unas pocas paginas, mi cerebro desconcertó de la realidad que me rodeaba y se sumió por completo en las paginas del libro.
- ¿Qué libro lees? – su voz me sobresalto, y me pegue un bote en mi asiento. Tratando de controlar el susto y normalizar los latidos de mi corazón, levante la cabeza del libro en busca del culpable de librarme de mi ensimismamiento. No obstante sabía de sobras quien era él, reconocería su voz a distancia, aun rodeado de una multitud enfurecida, a pesar de tan solo hacer unas pocas horas de haberla escuchado por primera vez, se había grabado fuertemente en mi mente.
Para mi sorpresa, no lo halle al alzar la vista, no fue sino hasta que mire tras de mi, cuando pude contemplar su hermoso rostro mirándome con fijeza, interrogativamente, pero con una sonrisa de prepotencia en los labios. Trate de ignorarla.
- Norte y Sur – respondí, preguntándome si habría oído hablar alguna vez de él – de…
- Elizabeth Gaskell - completo la frase por mí. Lo miré entre extrañada y admirada – un buen libro. – ignoró mi mueca de sorpresa – Narra relativamente bien los hechos históricos, y la trama de la novela es, sin duda alguna, interesante. Por supuesto no tiene la misma emoción si tú ya estuviste allí, pero…
- Allí, ¿dónde? – no se cómo obtuve el valor suficiente para interrumpirle, siendo cuan admirada me tenía el sonido de su voz, no obstante no había nada mejor que unos buenos comentarios crípticos para sacar a relucir mi vena detectivesca, y debía reconocer que ya poseía demasiadas incógnitas sobre mi compañero de mesa.
A pesar de mi inquietud, no deje de notar el cambio efectuado en su mirada, antes agradable y amena, y ahora mucho más seria, con una pizca de arrepentimiento, como si hubiese hablado de más.
- Era un comentario retórico – se excusó secamente, aun con los ojos color ocre fríos y amenazantes. No obstante se recompuso en seguida - Entonces, ¿empleamos la obra de Gaskel para nuestro proyecto de historia?
Ignore su pregunta, mi mente era demasiado cabezota para dejarlo pasar. Necesitaba respuestas, a pesar de saber cuan difícil me resultaría convencer a Edward de que me las proporcionara.
- Eres extraño, ¿lo sabias? – no había otra forma de definirlo, no que se me ocurriera en ese momento. Sus ojos de oro líquido se concentraron de nuevo en los míos, inescrutables, y por un terrible segundo pensé que se había enfadado. Solo un segundo. Después su mirada se relajo e incluso pude ver en ella el amago de una sonrisa. Luche contra la inexpiable reacción de no respirar. Debía tener cuidado, sus ojos lograban hipnotizarme más que cualquier otra parte de su perfecto cuerpo.
Asintió levemente.
- Y tu mucho más perspicaz y cabezota de lo que pensé al conocerte – su tono era desenfadado, pero supe que hablaba en serio.
- Lo siento – murmuré, pero no por ello pensaba dejar pasar el asunto.
- Pero lo seguras intentando, ¿verdad? – ahora se le escuchaba mucho más serio. No obstante me obligue a ser sincera.
Asentí con la cabeza, pues su impenetrable mirada de nuevo había dado con la mía, haciendo que mis ideas se perdiera en algún lugar desconocido de mi torpe e influenciable mente.
- Lo harás incluso si te ruego lo contrario – no parecía una pregunta, de echo se veía bastante seguro de mi respuesta. Asentí. – Aunque te advierta del peligro que corres al intentarlo – trague saliva, asustada, pues sus ojos me indicaban la veracidad de sus palabras. Dude durante unos segundos. Asentí. - ¿Por qué? – preguntó. Parecía confuso… y frustrado.
¿Qué decirle? ¿Qué mi mente era incapaz de pensar en otra cosa que no fuera él por mucho que yo la presionara? ¿Contarle de mi repentina e inexplicable, obsesión, pues no había otra palabra para definirlo?
No. Sin duda alguna no era capaz de decirle eso. Opte por la opción fácil.
- De hecho hay varios motivos. Demasiadas cosas extrañas a tú alrededor, y eso que apenas he pasado unos momentos a tu lado. – Rece por que le bastara con eso, pero por su expresión pude ver que no era así. Tome aire y continué, rezando porque lo que dijera tuviera una pizca más de sentido de la que yo le veía – En primer lugar tu comportamiento – un escalofrío recorrió mi cuerpo al recordar la espeluznante mirada que me había dedicado unos pocos días antes, en el restaurante. Decidí no mencionarlo, pues calificaba como recuerdo "no grato", de hecho el único de esa índole si me refería a los momentos transcurridos a su lado. – Tu carácter, tus emociones cambian constantemente, de un modo poco… natural, podría decirse. – fije mi vista en sus ojos por un instante, pero contemplaba interesado, pero con un brillo de precaución en los ojos, y tal vez otro sentimiento, que no era capaz de analizar. – Tus ojos – comencé con uno de los puntos que más llamaba mi atención – eran negros, estoy segura, y parecían… - terroríficos. No, no podía decirle eso – bueno, algo más… menos simpáticos – concluí. A pesar de que ese eufemismo no captaba ni por asomo lo que quería decir, me daba demasiado miedo ofenderle – Ahora el color es distinto. Más claro, semejante al topacio, y tu carácter, bueno… también resulta más atractivo. – pause un momento, a la espera de su reacción, pero su rostro seguía inescrutable, y sus ojos habían perdido toda emoción – Esta mañana, cuando me comentaste lo de tu facilidad para leer los pensamientos, creí que era un broma, un exageración cuyo único fin era molestarme. Pero cuando te fuiste, Mike me dijo exactamente aquello que tu me habías predicho que diría. – hablaba rápido, deseosa de soltar de una vez todas aquellas dudas que me inquietaban.
- ¿Es todo? – preguntó ante mi repentino silencio. Asentí, sin desear mencionar la belleza inhumana que caracterizaba a su familia y el extraño hipnotismo que su propia mirada ejercía sobre mí. Para mi sorpresa un deje de decepción recorrió su rostro, mezclada quizá, con cierto alivio. – Bella, debo reconocer que me has decepcionado. Esperaba algo mejor por tu parte.
Enmudecí. Ósea, que reconocía que había algo.
- No tardare en averiguarlo – replique. Debía reconocer que había herido mi orgullo. Apenas le había visto un par de veces, ¿qué esperaba?
- Te suplicaría que no lo intentases. – sus ojos se mostraban serios mientras enfocaban a los míos. Por un momento dude que Edward tan solo fuese un joven de diecisiete años, parecía mayor, mucho mayor, y muchísimo más atemorizante. Desvié la vista, sabedora de que sería incapaz de negarle nada mientras sus ojos hipnotizaran los míos. No obstante el quemazón de su mirada no se aparto de mi, podía sentirlo, fijo en mi frente. Mi voz se perdió en algún alejado recodo de mi garganta. Incapaz de hablar permanecí callada.
No supe con exactitud el tiempo que transcurrimos en silencio, pudieron ser minutos, horas… a mi se me hicieron milenios. Finalmente su aterciopelada voz rompió el silencio.
- Debes saber, entonces - su voz sonaba grave, y llegó a mi con un deje de dolor para el cual no encontré explicación - que en el momento en que tu ansiedad se vea satisfecha, ya no podremos volver a vernos – un profundo dolor me atravesó el pecho, un dolor agudo, rompiendo mi alma en mil pedazos. Sentí a las lágrimas arrimar por mis ojos, y luche con fuerza hasta controlarlas. Me reprendí a mi misma por mi comportamiento, ¿quién era él para causarme tan malestar con la sola mención de su marcha? Nadie. Absolutamente nadie. Me lo repetí a mi misma, y no fui capaz de creerlo. – Mientras tanto, deberíamos concentrarnos en el trabajo, ¿no crees? – el tono de su voz volvió a ser ameno, pero por la expresión de sus ojos pude ver que no había dejado atrás todo recelo. No obstante, lo que más me altero, fue la honda tristeza que, bien disimulada, parecía abitar en ellos.
Asentí insegura. Sin embargo pronto aleje de mi cualquier atisbo de malestar. Era increíble lo rápido y delicioso que transcurría el tiempo en su compañía. No volvimos a tocar ningún tema que lo alterara. Por el contrario, nos concentremos en hacer bien el análisis del libro, derivando en conversaciones esporádicas sobre nuestros gustos en la lectura, aficiones…, nada trascendental, e interesante de igual manera.
Al concluir la tarde me pregunte si sería posible aburrirse en su compañía. Mi respuesta fue una profunda y clara negativa. No.
Sin embargo, a pesar del tono cordial de nuestras conversaciones, pude darme cuenta que Edward mantenía especial cuidado en que nuestros cuerpos no se tocaran en ningún momento. Es más, incluso me pareció que se esforzaba por mantener una distancia amplia entre nosotros.
Me pregunte si su motivo para ello sería mantener las apariencias éticas y sociales, bajo la atenta mirada de la bibliotecaria, quien al percatarse de la llegada de Edward se había acomodado en la entrada y no apartaba la vista de nosotros, o si por el contrario, poseía algún otro motivo. Pese a todo, me encontraba demasiado ocupada disfrutando de su compañía para prestar atención.
Los pasos de la Bibliotecaria me sobresaltaron al sonar tan repentinamente cerca de nosotros.
- La Biblioteca cierra en unos minutos – anunció, con una leve mirada desaprobatoria a los libros y pergaminos que teníamos esparcidos por las mesas.
- ¿Tan pronto? – no pude disimular el tono desilusionado de mi voz, y me sonroje levemente cuando escuche la suave y musical risa de Edward a mis espaldas, debido, sin duda alguna, a lo espontáneo de mi reacción.
- Van a dar las ocho – me replicó la mujer con el ceño fruncido – a estas alturas las señoritas decentes se encuentras en sus casas, preparando la cena a sus padres o maridos.
No pude evitar que mis puños se cerraran fuertemente bajo la mesa. ¿Quién se creía esa bruja? Edward también se encontraba allí, y a él no le decía nada. ¿Por qué conmigo debía ser distinto? La furia se acumulaba y mis mejillas se tornaban rojas por su causa. Me encontraba dispuesta a replicar si acaso me creía indecente, cuando la sedosa voz de Edward me interrumpió.
- Tiene usted razón. Ha sido culpa mía. Le insistí para que se quedara a terminar el trabajo, pero yo es tarde y su padre debe de estar preocupado. Ahora mismo nos vamos. – habló con voz persuasiva, mientras miraba con fijeza a los ojos de la mujer, quien tras unos segundos de desconcierto asintió con la cabeza y se marchó.
Me alegré saber que no era la única que caía ante el poder de su mirada, pero eso no logró aplacar mi repentino enfado interior.
- ¿Por qué hiciste eso? – le pregunte irritada. Me molestaba que no me creyera capaz de enfrentarme a una simple Bibliotecaria y que hubiera decidido cargar con las culpas como todo buen caballero.
- Bella – pronunció mi nombre con calma, sosegado – Si le hubieses replicado, tu contestación no hubiese tardado en llegar a oídos de Charlie – me sorprendió que recordara su nombre – y en ese caso, lo más probable es que te prohibiera volver a salir conmigo.
Fue la última de sus declaraciones la que aminoró mi enfado, pues aunque sabía que había echo lo correcto, me costaba aceptarlo. No obstante, me basto contemplar por un instante sus hermosos ojos dorados, que me miraban complaciente, para apartar todo rastro de resentimiento.
- Lo se – murmuré, mirando al suelo – Gracias. Es solo que en ocasiones resulta demasiado duro que todos te menosprecien por lo que eres, sin importarles quien eres.
Le miré a los ojos tras pronunciar esas últimas palabras, y los latidos de mi corazón se aceleraron, sorprendidos por la comprensión y empatía que había en ellos. Como si el mismo hubiese experimentado la misma situación, vivido los mismos sentimientos. Asintió levemente con la cabeza, y tras algunos segundos, habló.
- Se que es duro, pero ¿quién sabe? - su voz sonaba reconfortante para mis oídos, parecía realmente conectado con sus palabras - Tal vez dentro de años, de muchos años, los seres humanos logremos crear una sociedad igualitaria, donde no se discrimine al hombre por ser hombre, a la mujer por ser mujer…, y a la bestia por ser bestia.
Me sorprendió su alusión a la "bestia" pues no comprendía su sentido, aun así no les preste demasiada atención.
- Solo que para entonces, ya estaremos muertos – comente entre risas, no sabiendo si lo decía en serio o tan solo para caldear el ambiente enfriado tras sus serias palabras.
- Si – asintió, supe por su mirada que sus pensamientos se hallaban de nuevo lejos de mi, demasiado lejos – Para ese entonces ya estarás muerta. – sus palabras se escucharon en un susurró, y no estuve segura si las pronunció para mi o para el mismo - Es algo que no debería olvidar.
Un escalofrío recorrió mi espalda, no supe si a causa de la corriente de aire que entro en ese momento por la puerta, o si, más bien, era a causa de sus palabras.
Me sorprendió notar que el mismo apretaba sus nudillos con fuerza cuando el aire movía mi pelo hacía su rostro, al mismo tiempo que cerraba sus ojos con fuerza. Confundida y temerosa, permanecí inmóvil, observando su expresión, tensa al principio, algo más relajada conforma pasaba el tiempo. Finalmente abrió los ojos, quienes inmediatamente, se conectaron con los míos.
El ritmo de mi corazón se aceleraba a cada instante, podía escuchar los latidos con tanta intensidad que estuve segura de que él también los oía. Me ruborice con tan solo pensarlo.
Alzó su mano, lentamente, dudoso, hasta que finalmente atrapo con ella un mechón de mi cabello, colocándolo tras de mi oreja. En ese momento me felicite por haberlo dejado suelto, pese al ritmo desbocado que mi corazón había alcanzado debido a ese último acto.
Mantuve, pese a todo, la vista fija en sus ojos. Me sonreían, al igual que su rostro. Y aunque había una pequeña pizca de duda y culpabilidad en ellos, decidí ignorarla, y disfrutar de su sonrisa.
La vuelta de la Bibliotecaria, le hizo a él desviar su mirada, y a mi regresar al triste mundo real que me rodeaba. Desganada, recogí mis libros y pergaminos y los deposite en mi cartera. El trabajo estaba prácticamente acabado, tan solo faltaban los últimos retoques, de los que nos ocuparíamos el día próximo.
Abandonamos la Biblioteca y Edward me acompañó hasta la entrada del camino que me llevaría a casa. Me estremecí al comprobar lo oscuro y solitario que era a esas horas de la noche.
- ¿Vas a volver sola? – la voz de Edward me hizo olvidar momentáneamente mis temores. Sonaba preocupado, yo asentí. – Te acompañaré.
Su voz sonaba segura, y he de reconocer el alivio que me supusieron sus palabras, sin embargo, no pude dejar de notar un deje de preocupación o inseguridad en su mirada. Probablemente tendría cosas que hacer, y ya estaría cansado de mi aburrida compañía.
- No es necesario – mentí – puedo volver sola perfectamente. Apenas ha anochecido, y llegare a casa antes de lo que crees.
-¿Estas segura? – pregunto, pero no logró borrar por completo el alivio de su voz.
- Claro, sin problema – insistí, tratando de no hacer caso al miedo que me carcomía y al malestar por tener que separarme de él. Al fin y al cabo lo vería al día siguiente.
Sin esperar la respuesta comencé a introducirme en la oscuridad, temerosa de que mi rostro delatara lo falso de mis palabras. Una vez a una distancia segura, me giré y me despedí con la mano.
- Nos vemos mañana, que descanses – conferí a mi voz un tono tranquilo que estaba lejos de sentir, y pese a la distancia pude ver como el me devolvía el gesto con un movimiento de cabeza.
Segundos después me giré definitivamente y encamine mis pasos hacía la oscura e infinita soledad del camino que me llevaría hasta casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario