Era miércoles, habían transcurrido un par de días desde mi "discusión con Charlie" y ayer mismo me había informado que el señor Newton ya le había facilitado mi admisión en la academia. Así pues, hoy era mi primer día de clases.
Me desperté temprano, y me apresure en preparar a Charlie el desayuno, no quería quejas en mi primer día de estudiante. Me vestí con uno de mis vestidos más simples, negro y de cuello cerrado. No deseaba llamar la atención, y quería dejar bien claro a todos cual era mi único motivo para asistir a las clases.
Introduje un par de pergaminos en mi vieja carpeta, una pluma, un tintero, y también mi nuevo ejemplar de Cumbres Borrascosas, pues Mike me había informado que lo estaban trabajando en clase.
Nerviosa y con el corazón palpitante abandone mi casa y me preparé para lo que sería una larga caminata. Tarde algo menos de media hora en llegar al pueblo, y otra media en localizar la academia. Maldición! No creí que me costara tanto, ahora llegaría tarde en mi primer día de clase. Fantástico. Un motivo más para que no me tomaran en serio.
Dirigí una rápida mirada al lugar. Parecía una casa normal, de aspecto algo fúnebre, perteneciente a la clase acomodada. No disentía mucho de la mía, solo que era algo más ancha, y de un único piso.
Tome aire, no era momento de echarme atrás.
Mis nudillos golpearon la puerta.
- Adelante. – escuche la voz proveniente del otro lado de la sala, espire fuertemente, giré la manivela, y entre. - ¿Qué desea? – entre los nervios lo mire confundida.
- Esta es la academia, ¿cierto? – era mejor asegurarse. Asintió – Vengo... – tome aire, no debía mostrarme insegura. Yo menos que nadie – Vengo a estudiar.
El profesor arqueo una ceja.
- Disculpe señorita, pero creo que ha cometido una equivocación – me miraba como si fuera retrasada.
- Se equivoca – milagrosamente su desprecio me había infundido valor – Vengo a estudiar. Mi padre hablo con el alcalde y pago mi matricula – le extendí la hoja de admisión, firmada por el señor Newton.
La tomo en sus manos y las examino cuidadosamente, en busca de una explicación a lo que el consideraba un disparate, sin duda.
- Es cierto – respiré aliviada al oír la voz de Mike, jamás me había sentido tan feliz de sentir su presencia – Mi padre le otorgó su permiso. Ella estudiara aquí lo que queda de año. – apenas me gire y le sonreí agradecida. No obstante al enfocar de nuevo al profesor descubrí en su rostro escepticismo y enfado.
- Muy bien – al cabo de unos minutos no le quedo otra que aceptar. Como yo suponía no se atrevió a rebelarse contra una decisión del alcalde, menos estando su hijo como testigo – Tome asiento – apenas me miró mientras su mano me señalaba la única silla libre que quedaba en la clase – y en lo sucesivo procure llegar a tiempo a las clases, de lo contrario deberá esperar fuera.
Apenas me percate de sus últimas palabras. Por el contrario, mi mirada y me mente se encontraban fijas en el lugar que el profesor acaba de señalar como mío, el único asiento libre de toda la clase, y junto a él, compartiendo pupitre, se encontraba el objeto de mis pesadillas, Edward Cullem.
Temblando, agobiada por el miedo y una corriente más de emociones relacionadas a él, me encamine a mi asiento. Apenas fui conciente cuando tropecé en medio del pasillo, provocando un sofoco de risas y una mirada colérica del profesor, y escasamente me percate del momento en que tome mi lugar y este reanudo la clase.
Mi mente se hallaba fija en él, en la persona que por gracia o desgracia había ocupado gran parte mis pensamientos durante los últimos días, en la figura casi inhumana que se hallaba a mi lado. No comprendía bien porque lo definía de ese modo, y me asustaba el creerlo así firmemente, pero Edward Cullem, no era, no podía ser un simple humano, era demasiado hermoso y terrorífico para serlo.
Sacudí la cabeza, espantada, por la locura de mis pensamientos, realmente me estaba volviendo paranoica, obsesiva. Después de todo lo que me había costado inscribirme en la academia, resaltando una futura cita con Mike y una pasada discusión con mi padre, no podía perder el tiempo de ese modo, o el esfuerzo no habría valido la pena.
Me concentre con fuerza en lo que el profesor estaba relatando, pero mi situación se complico más al descubrir que estaba haciendo un boceto de Cumbres borrascosas, siendo que yo lo había leído ya, más de dos veces en los últimos días.
De vez en cuando mi atención se distraía hasta la figura que se hallaba a mi lado, y mi corazón se estrechaba al contemplar su insana belleza, su piel blanca e inmóvil semejante a una estatua y sus manos, apretadas firmemente alrededor de su mesa.
Adolorida admití que se había situado en el extremo más alejado de nuestra mesa, y que ni una sola vez sus ojos habían buscado los míos. Suspire distraída, después de todo no había motivo para que alguien como él se fijara en una patosa como yo..., sin embargo el echo de verificar su ya conocido odio hacia mi me entristecía.
- ¿Señorita...? – la voz del profesor me sobresalto a mi lado, me reproche a mi misma mi ensimismamiento.
- Swan – informe avergonzada al sentir todas las miradas de mis compañeros, muchas de ellas burlonas, fijas en mí.
- Veo que la clase le parece lo suficientemente sencilla para no tener necesidad de tomar apuntes – sus palabras me enfadaron, no era la única que no había apuntado nada – Así pues, podría deleitarnos con su propia valoración del libro, si es que lo ha leído, claro.
Mis mejillas enardecieron furiosas ante las repentinas risas burlonas que sonaron a mí alrededor. Bien, si ese viejo quería hacerme pasar por tonta lo tenía claro.
- Claro – acepté con una sonrisa – Ningún problema – y a continuación le hice una perfecta descripción de los temas, personajes, y registros del libro. Cuando termine la risas habían cesado y el profesor tuvo que permanecer en silencio, admirado para su contrariedad.
Sin embargo, durante una porción de segundo, pude sentir la mirada de Edward fija en mi rostro, sus ojos atravesando mi alma, y una pequeña y torcida sonrisa, asomando en su cara.
Hubo de pasar algunos segundos, una vez el retiro la mirada, hasta que el proceso de información retorno a mi cerebro, y la extraña sensación de que algo había cambiado, se mantuvo presente en mis pensamientos, a pesar de no saber con exactitud, que era ese algo, o si era algo más que simples alucinaciones.
El resto de la clase transcurrió despacio. Una parte de mi trataba de obligar a mi cerebro a seguir las explicaciones del profesor, pero otra, mucho más extensa para mi propia irritación, no me permitía apartar de mis pensamientos a mi compañero de mesa. Sin poder reprimir la tentación, solía mirarlo de reojo, tan solo para asegurarme de que su vista seguía clavada al frente tal y como si fuera una estatua. Por mucho que trate, no logre localizar en él aquello que lo había echo ver distinto en la leve fracción de segundo en la que sus ojos aprisionaron los míos y resignada, me propuse aceptar el hecho más evidente de todos: para Edward Cullem, yo no existía.
No comprendí el motivo por el que este pensamiento me atravesó el pecho como si de un clavo candente se tratara, no obstante si reanudé mis esfuerzos de escuchar al profesor a fin de distraer mi mente de tan doloroso pensamientos.
Para mi alivio, el tiempo de literatura quedo atrás, y comenzamos a tocar la independencia americana, un tema que me agradaba y sobre el que había leído bastante, pero que no sabía con exactitud, por lo que me fue algo más sencillo concentrar mi atención en las explicaciones del señor Manson, el maestro.
Mi buena suerte no duro demasiado.
Apenas media hora después de comenzar a tratar el tema, se nos ordeno hacer un análisis del libro que eligiésemos, a condición que tratase como tema principal la rebelión de las colonias, la guerra contra Inglaterra y la consecuente independencia de los Estados Unidos.
En si no habría sido tan malo si no se debiese a la siguiente y última petición: por parejas.
Habríamos de compartir el trabajo con nuestro compañero de mesa. Necesitaríamos incluir horas extraescolares. Habría que entregarlo el viernes siguiente. Teníamos dos días.
El horror y el miedo se debatían contra otro extraño sentimiento que parecía dispuesto a ganarles la partida. Debía reconocer la emoción que me causaba el saber que debería pasar una cuantas horas a su lado, pese a que esto de debiera a algo tan banal como un mero trabajo de historia. No podía controlarlo.
No obstante tampoco podía alejar de mí el temor. Temor a que volviera a mirarme con esos ojos negros impregnados en odio y de aspecto homicida. Temor a volver a sentir hierros en el corazón como respuesta a ese odio de su mirada. Temor a su posible violenta reacción una vez estuviera a mi lado. Y ante todo, temor a volver a sumergirme en un cultivo de emociones que nada tenían que ver con el miedo pero que eran capaces de abstraerme de la realidad e impedirme pensar en otra cosa que no fuera él, Edward Cullem.
Pero todo ello quedo olvidado una vez que, para mi rotunda sorpresa, su aterciopelada voz llego a mis oídos, y a pesar de nunca haberla escuchado, supe que era la suya, pues ninguna otra criatura que estuviese a mí alrededor, podría producir jamás un sonido tan perfecto como el de su voz al hablarme.
- Parece que tendremos que elaborar el trabajo juntos – sus palabras llegaron a mi indiferentes, como si tan solo se tratara de la constatación de un echo. Eso es lo que era. – A propósito, aun no me he presentado – en esta ocasión su voz sonó más amable e igualmente perfecta. Tratando de contener los temblores de mi estomago a causa de ese maravilloso sonido, gire mi rostro hacia el lentamente, asustada, pero ansiosa al mismo tiempo. Habló - Edward Cullem, encantado de conocerte.
Error. Nunca debí haberme girado.
Su rostro se mantenía sereno, y trate de no mirarle a los ojos por temor a lo que pudiera ver en ellos. No obstante, para mi completa perdición, sus labios se encontraban curvados en una sonrisa. Estaba sonriendo. Me sonreía. A mí. Apenas podía creerlo.
Mis ojos, al igual que mis pensamientos, quedaron atrapados en esa maravillosa sonrisa que cubría su rostro, y todo lo demás desapareció. Fui incapaz de pronunciar una sola palabra, a decir verdad ni siquiera recordaba donde me encontraba, todo lo que podía hacer era limitarme a observar su sonrisa. La sonrisa que él me dedicaba.
- Tú debes de ser Bella – continuó dada mi repentina mudez. Lo más probable es que me tomara por estúpida, cosa, por otro lado, completamente normal teniendo en cuanta lo ridículo de mi comportamiento.
- ¿Cómo es que sabes mi nombre? – mi curiosidad pudo más que el hechizo que sin duda alguna él había alanzado sobre mi, de manera o no conciente.
- La verdad, todo el mundo lo comenta. – me sorprendió el tono desenfadado que otorgó a sus palabras. Nada que ver con la actitud arisca que había mostrado apenas unas horas antes - En un pueblo tan pequeño como este, los cotilleos resultan la única vía de escape. Tu padre y tu conformáis una novedad importante, y te aseguro que hay demasiada gente aquí dispuesta a explotarla.
- Lo se – acepte tratando de contener una mueca a causa del enfado que esa verdad ya sabida me producía – es solo que bueno… la mayoría de la gente que he conocido me llama Isabella…
- ¿Prefieres Isabella? – su tono ahora sonaba confuso, con un deje de frustración en la voz. Reprimí el impulso de mirarle a los ojos, me seguían produciendo algo de miedo no saber que encontraría en ellos. Por otra parte me sentía estúpida por insistir tanto. Ni siquiera comprendía el motivo que me había llevado a sostener una conversación tan estúpida con él.
Negué con la cabeza.
- No. Es solo que me sorprende. La mayoría de las personas se ofenden cuando les pido que me llamen Bella, lo consideran un nombre poco… - me esforcé por encontrar la palabra adecuada y terminar de una vez con aquella tontería – apropiado… - no era exactamente lo que quería decir, pero confiaba en que el me entendiera.
- ¿Entonces por qué insistes en que te llamen de ese modo? – parecía realmente interesado en lo que le estaba contando, y a pesar de sentirme algo estúpida, el impulso de contemplar su mirada se hacía más fuerte a cada instante.
- No me interesa lo que los demás puedan pensar – fue mi seca respuesta, no obstante tras unos segundos de silencio me forcé a continuar. – Isabella es un nombre demasiado convencional.
- Y tu no eres convencional – me interrumpió. No era una pregunta. Un deje de triunfo resonó de entre sus palabras, parecía extrañamente complacido de haber comprendido al fin mi extraña conducta.
Negué con la cabeza en señal de que no, no lo era.
- Estoy segura de que ha habido y habrá cientos de Isabellas alrededor del mundo – no comprendí exactamente el motivo que me impulsaba tan abiertamente a continuar hablando. No tenía sentido. Aun así, por el leve atisbo de su rostro que me atreví a observar, el pareció complacido de que lo hiciera. – y todas ellas – continué – se habrán conformado con una vida "normal". Habrán crecido siendo educadas para atender una casa, habrán esperado con ansias el día de su boda y finalmente habrán dedicado su vida a la cría de hijos. – Pause a tomar aire. Una parte de mi se sentida ridícula por dar a conocer mis sentimientos a alguien que era prácticamente un extraño, pero otra, y no sabía con exactitud cuan grande podría ser esa parte, se sentía extrañamente cómoda y feliz de liberar al fin esa carga, y extrañamente el echo de que fuera él quien me escuchara, acrecentaba considerablemente la sensación de extraña calma interior. – Yo no quiero ser como ellas. Siento que moriría con una vida así. Deseo estudiar, aprender y ser libre. El hecho de tener que conformarme con una existencia vacía, girando alrededor de un marido y unos hijos, viviendo a través de ellos, incluso aunque los amara, se me hace insoportable. Y lo peor de todo, es que se que eso es lo que se espera de mi. Por ese motivo escojo el nombre de Bella, siento que de alguna forma, mientras halla alguien que me llame de ese modo, el destino aun estará abierto para mi.
El silencio se formo tras mis palabras. El leve barullo de la clase a mi alrededor no parecía llegar a mi cerebro. Por el contrario este se encontraba demasiado adecuando tratando de asimilar que, prácticamente acaba de relatar mi vida a un extraño, y ni siquiera era capaz de comprender porque lo había echo.
Lo peor de todo, era que, con mis mejillas teñidas de rojo a causa de la vergüenza, me sabía completamente incapaz de volver a hablar o tan siquiera mirar a Edward Cullem por el resto de mi vida. O al menos eso fue lo que pensé en ese instante.
Justo en ese instante.
Tan solo en ese instante, antes que una extraña sensación, fría y ardiente como el hielo se posara sobre mi mejilla, arrastrando consigo cualquier atisbo de cordura que me quedara.
- Nunca podrás ser una más - sus palabras llegaron lentamente a mi cerebro, todavía paralizado por el contacto de lo que ahora había reconocido como su mano sobre mi mejilla y arrastraban una seguridad tal, que hasta por un momento yo también estuve segura de creerlo – No naciste para ser una más. Tu propio destino te lo impedirá.
No pude reprimirlo. Fue un impulso. Alce la mirada, dispuesta a todo y conciente de nada.
Un par de ojos dorados, semejantes al topacio, pero con un matiz algo más oscuro, me atravesaron los sentidos y colapsaron mi alma. Eran la cosa más hermosa que jamás había contemplado, mucho más que su sonrisa y dejando en ridículo al oro.
Aquellos ojos hipnotizadores fijos en los míos serían capaces de todo, incluso de cambiar mi vida, y eso lo supe en el instante en que mi mirada se poso sobre la suya, a pesar de rechazar el pensamiento apenas unos instantes después de que llegara.
- Tus ojos… - las palabras escaparon de mí en un susurro, como si fuese un extraño quien las prenunciara y no yo. Sin embargo bastaron para que el retirara su mano de mi rostro y me mirara confundido. Apenas había transcurrido un segundo desde que el la había depositado allí, sin embargo cuando el espacio ocupado por ella quedo solo de nuevo, un terrible y espantoso vació ocupo su lugar, un vacío que no me creía capaz de llenar.
- ¿Qué les ocurre? – su voz sonó relajada, curiosa, pero en algún momento, encubierto entre las letras, un deje de nerviosismo o culpa logro llegar hasta mi.
- Son diferentes - susurré. Lo eran, claro que lo eran. Eran completamente distintos al estremecedor negro que los ocupaba apenas unos días antes. Sin embargo, dada su influencia sobre mí, no pude discernir de cual de las dos formas resultaban más peligrosos.
- Siempre han sido así – sus palabras aunque amables, tenían un toque amenazador si cabe, y supe que era mejor no prolongar el tema, no al menos si quería seguir a su lado, cosa de la cual no tenía ninguna duda.
Me forcé a apartar mis ojos de los suyos, tratando así de hallar cualquier tema con el que proseguir la conversación. No hizo falta. Él comenzó por mí.
- Tu novio esta celoso – me señaló de nuevo relajado mientras esbozaba un especie de sonrisa torcida que me helo el corazón. No obstante, eso no impidió que me enfadara.
- No se de que me hablas – replique desviando la mirada de su rostro nuevamente.
- Debería decir entonces tu… ¿prometido? – la mueca de autentico espanto que se formo en mi rostro de forma involuntaria debió ser suficiente respuesta. - ¿protector? ¿Pretendiente? – le dedique una mueca furiosa, lo hacía a propósito, y lo sabía – Mike, entonces – trató de calmarme, tal vez porque percibió el extraño cosquilleo que recorría la palma de mi mano, deseosa de cumplir venganza. Aun así dejaba entre ver sus esfuerzos por no reírse. Gire mi rostro, decidida a no dirigirle la palabra, al menos por unos minitos – Tan solo me limite a expresar como se designa el mismo – trató de excusarse. Se veía a la legua que no estaba acostumbrado a ello. Tan solo logro hacerme sentir peor. – Pero fue una falta de respeto por mi parte y prometo no hacerlo más.
No pude reprimirme. Le mire divertida y note como su expresión se relajaba al comprobar que ya le había perdonado. Me reproche a mi misma ser tan débil, pero dudaba que alguien en mi lugar pudiera reprimirse.
- Se debate entre venir aquí y pedirme "amablemente" que te libere o – hizo una pausa – salir en busca del profesor y exigirle bajo amenaza que te coloque con él de pareja. – Le mire asustada. No deseaba cambiar de pareja. De hecho antes hubiera preferido tirarme por el atolladero que hacerlo. – Tranquila – enfoque con mi vista sus ojos, brillaban complacidos, pero también asomaba por ellos un atisbo de arrepentimiento y culpabilidad. No logre descifrar su significado.- No hará ninguna de las dos cosas. Ha decidido esperar a que me valla para interrogarte al respecto antes de intervenir. – me quede estupefacta, aunque el pareció no notarlo – Me sorprende. La prudencia nunca resalto de entre sus "múltiples" cualidades.
- ¿Cómo lo has hecho? – pregunte. Para mi descontento él se limito a mirarme con ojos inocentes y desconcertados - ¿Saber lo que piensa? – insistí.
- Siempre se me ha dado bien comprender los pensamientos de la gente – comentó sin darle importancia. No quede satisfecha con la respuesta. En lo absoluto. Pero no tuve tiempo de insistir. Pensé que tal vez lo hacía a propósito.
- Lo que me recuerda que debemos pensar en como vamos a hacer el dichoso trabajo. ¿Alguna idea?
- Muchas – respondí enfadada por el evidente cambio de tema. Para mi desesperación él espero paciente a que yo decidiera compartirlas – ¿No deberías adivinarlas? – pregunte molesta. Realmente no tenía ninguna idea en particular, pero no iba a permitir una nueva evasiva. Ya era bastante con el tema de sus ojos. Por mucho que lo negara yo sabía que estos habían cambiado de color, y dudaba que existiera algún invento capaz de producir aquello.
- Insistente. – me reprochó – Demasiado insistente. – por un momento me asuste. Su voz sonaba seria y distinta y en sus ojos brillaba el enfado. Sin embargo no tardó en relajarse. Me sorprendió su increíble capacidad de variar sus emociones cual si de mero jersey se tratara – Resulta, y quédate satisfecha con esto porque no diré más, que en tu caso me resulta mucho más complicado acceder a tus pensamientos. Únicamente contigo. – Pauso y un deje de contrariedad empaño su mirada, pero en seguida se recompuso, su expresión se relajo y volvió a mirarme curioso – ¿compartirás ahora tus ideas conmigo?
Asentí. Satisfecha. Por el momento.
- Había pensado que podríamos reunirnos esta tarde para realizarlo. – me obligue a mi misma ha improvisar, no quería reconocer que había mentido sobre mis ideas. - En la Biblioteca. – Dude – Tengo entendido que hay una, aunque sea muy pequeña – asintió.
- La Biblioteca es un lugar público – por alguna extraña razón pareció disfrutar con la idea. Me pregunte si verdaderamente seria tan tradicional, aunque pensándolo bien, quizá si era lo más prudente. Espere, pero el no pareció dispuesto a continuar.
- Eso complacerá a Charlie – comente, tratando de averiguar sus verdaderos pensamientos.
- Por supuesto – asintió - allí no habrá peligro.
Por alguna razón la idea de haberme perdido algo importante persistía en quedarse en mi cerebro. Por desgracia, no tenía ni idea de que podía ser ese "algo."
- Nos vemos allí, ¿entonces? – pregunte derrotada, pero sin ser capaz de reprimir la emoción que sentía al saber que volvería a hablar con el aquella misma tarde, y quizá de un modo mucho más extenso.
- Si, nos vemos allí – parecía ausente del lugar en el que nos encontramos, de mí. Hasta hacia uno pocos segundos se encontraba a mi lado. Ahora, algo, tal vez, de lo que yo había dicho o hecho, lo había alejado de allí.
- ¿A qué hora? – insistí.
- ¿A las cinco te parece bien?
Asentí, si él era capaz de ignorarme yo también. Tenía mi orgullo. Aunque me costo demasiado.
- Nos vemos allí – repitió, y por un instante sus ojos se posaron de nuevo sobre los míos, y su fría mano volvió a acariciar mi mejilla, brevemente, tan breve que podría haberlo imaginado, pero el quemazón que esta me había dejado no era un sueño. Supuse que su caricia tampoco.
De forma inconciente cerré los ojos buscando revivir el momento. Cuando los volví a abrir, él se había ido.
Un lento suspiro escapo de mis labios.
Una de mis mejillas seguía ardiendo, la misma que Edward Cullem había acariciado.
Me desperté temprano, y me apresure en preparar a Charlie el desayuno, no quería quejas en mi primer día de estudiante. Me vestí con uno de mis vestidos más simples, negro y de cuello cerrado. No deseaba llamar la atención, y quería dejar bien claro a todos cual era mi único motivo para asistir a las clases.
Introduje un par de pergaminos en mi vieja carpeta, una pluma, un tintero, y también mi nuevo ejemplar de Cumbres Borrascosas, pues Mike me había informado que lo estaban trabajando en clase.
Nerviosa y con el corazón palpitante abandone mi casa y me preparé para lo que sería una larga caminata. Tarde algo menos de media hora en llegar al pueblo, y otra media en localizar la academia. Maldición! No creí que me costara tanto, ahora llegaría tarde en mi primer día de clase. Fantástico. Un motivo más para que no me tomaran en serio.
Dirigí una rápida mirada al lugar. Parecía una casa normal, de aspecto algo fúnebre, perteneciente a la clase acomodada. No disentía mucho de la mía, solo que era algo más ancha, y de un único piso.
Tome aire, no era momento de echarme atrás.
Mis nudillos golpearon la puerta.
- Adelante. – escuche la voz proveniente del otro lado de la sala, espire fuertemente, giré la manivela, y entre. - ¿Qué desea? – entre los nervios lo mire confundida.
- Esta es la academia, ¿cierto? – era mejor asegurarse. Asintió – Vengo... – tome aire, no debía mostrarme insegura. Yo menos que nadie – Vengo a estudiar.
El profesor arqueo una ceja.
- Disculpe señorita, pero creo que ha cometido una equivocación – me miraba como si fuera retrasada.
- Se equivoca – milagrosamente su desprecio me había infundido valor – Vengo a estudiar. Mi padre hablo con el alcalde y pago mi matricula – le extendí la hoja de admisión, firmada por el señor Newton.
La tomo en sus manos y las examino cuidadosamente, en busca de una explicación a lo que el consideraba un disparate, sin duda.
- Es cierto – respiré aliviada al oír la voz de Mike, jamás me había sentido tan feliz de sentir su presencia – Mi padre le otorgó su permiso. Ella estudiara aquí lo que queda de año. – apenas me gire y le sonreí agradecida. No obstante al enfocar de nuevo al profesor descubrí en su rostro escepticismo y enfado.
- Muy bien – al cabo de unos minutos no le quedo otra que aceptar. Como yo suponía no se atrevió a rebelarse contra una decisión del alcalde, menos estando su hijo como testigo – Tome asiento – apenas me miró mientras su mano me señalaba la única silla libre que quedaba en la clase – y en lo sucesivo procure llegar a tiempo a las clases, de lo contrario deberá esperar fuera.
Apenas me percate de sus últimas palabras. Por el contrario, mi mirada y me mente se encontraban fijas en el lugar que el profesor acaba de señalar como mío, el único asiento libre de toda la clase, y junto a él, compartiendo pupitre, se encontraba el objeto de mis pesadillas, Edward Cullem.
Temblando, agobiada por el miedo y una corriente más de emociones relacionadas a él, me encamine a mi asiento. Apenas fui conciente cuando tropecé en medio del pasillo, provocando un sofoco de risas y una mirada colérica del profesor, y escasamente me percate del momento en que tome mi lugar y este reanudo la clase.
Mi mente se hallaba fija en él, en la persona que por gracia o desgracia había ocupado gran parte mis pensamientos durante los últimos días, en la figura casi inhumana que se hallaba a mi lado. No comprendía bien porque lo definía de ese modo, y me asustaba el creerlo así firmemente, pero Edward Cullem, no era, no podía ser un simple humano, era demasiado hermoso y terrorífico para serlo.
Sacudí la cabeza, espantada, por la locura de mis pensamientos, realmente me estaba volviendo paranoica, obsesiva. Después de todo lo que me había costado inscribirme en la academia, resaltando una futura cita con Mike y una pasada discusión con mi padre, no podía perder el tiempo de ese modo, o el esfuerzo no habría valido la pena.
Me concentre con fuerza en lo que el profesor estaba relatando, pero mi situación se complico más al descubrir que estaba haciendo un boceto de Cumbres borrascosas, siendo que yo lo había leído ya, más de dos veces en los últimos días.
De vez en cuando mi atención se distraía hasta la figura que se hallaba a mi lado, y mi corazón se estrechaba al contemplar su insana belleza, su piel blanca e inmóvil semejante a una estatua y sus manos, apretadas firmemente alrededor de su mesa.
Adolorida admití que se había situado en el extremo más alejado de nuestra mesa, y que ni una sola vez sus ojos habían buscado los míos. Suspire distraída, después de todo no había motivo para que alguien como él se fijara en una patosa como yo..., sin embargo el echo de verificar su ya conocido odio hacia mi me entristecía.
- ¿Señorita...? – la voz del profesor me sobresalto a mi lado, me reproche a mi misma mi ensimismamiento.
- Swan – informe avergonzada al sentir todas las miradas de mis compañeros, muchas de ellas burlonas, fijas en mí.
- Veo que la clase le parece lo suficientemente sencilla para no tener necesidad de tomar apuntes – sus palabras me enfadaron, no era la única que no había apuntado nada – Así pues, podría deleitarnos con su propia valoración del libro, si es que lo ha leído, claro.
Mis mejillas enardecieron furiosas ante las repentinas risas burlonas que sonaron a mí alrededor. Bien, si ese viejo quería hacerme pasar por tonta lo tenía claro.
- Claro – acepté con una sonrisa – Ningún problema – y a continuación le hice una perfecta descripción de los temas, personajes, y registros del libro. Cuando termine la risas habían cesado y el profesor tuvo que permanecer en silencio, admirado para su contrariedad.
Sin embargo, durante una porción de segundo, pude sentir la mirada de Edward fija en mi rostro, sus ojos atravesando mi alma, y una pequeña y torcida sonrisa, asomando en su cara.
Hubo de pasar algunos segundos, una vez el retiro la mirada, hasta que el proceso de información retorno a mi cerebro, y la extraña sensación de que algo había cambiado, se mantuvo presente en mis pensamientos, a pesar de no saber con exactitud, que era ese algo, o si era algo más que simples alucinaciones.
El resto de la clase transcurrió despacio. Una parte de mi trataba de obligar a mi cerebro a seguir las explicaciones del profesor, pero otra, mucho más extensa para mi propia irritación, no me permitía apartar de mis pensamientos a mi compañero de mesa. Sin poder reprimir la tentación, solía mirarlo de reojo, tan solo para asegurarme de que su vista seguía clavada al frente tal y como si fuera una estatua. Por mucho que trate, no logre localizar en él aquello que lo había echo ver distinto en la leve fracción de segundo en la que sus ojos aprisionaron los míos y resignada, me propuse aceptar el hecho más evidente de todos: para Edward Cullem, yo no existía.
No comprendí el motivo por el que este pensamiento me atravesó el pecho como si de un clavo candente se tratara, no obstante si reanudé mis esfuerzos de escuchar al profesor a fin de distraer mi mente de tan doloroso pensamientos.
Para mi alivio, el tiempo de literatura quedo atrás, y comenzamos a tocar la independencia americana, un tema que me agradaba y sobre el que había leído bastante, pero que no sabía con exactitud, por lo que me fue algo más sencillo concentrar mi atención en las explicaciones del señor Manson, el maestro.
Mi buena suerte no duro demasiado.
Apenas media hora después de comenzar a tratar el tema, se nos ordeno hacer un análisis del libro que eligiésemos, a condición que tratase como tema principal la rebelión de las colonias, la guerra contra Inglaterra y la consecuente independencia de los Estados Unidos.
En si no habría sido tan malo si no se debiese a la siguiente y última petición: por parejas.
Habríamos de compartir el trabajo con nuestro compañero de mesa. Necesitaríamos incluir horas extraescolares. Habría que entregarlo el viernes siguiente. Teníamos dos días.
El horror y el miedo se debatían contra otro extraño sentimiento que parecía dispuesto a ganarles la partida. Debía reconocer la emoción que me causaba el saber que debería pasar una cuantas horas a su lado, pese a que esto de debiera a algo tan banal como un mero trabajo de historia. No podía controlarlo.
No obstante tampoco podía alejar de mí el temor. Temor a que volviera a mirarme con esos ojos negros impregnados en odio y de aspecto homicida. Temor a volver a sentir hierros en el corazón como respuesta a ese odio de su mirada. Temor a su posible violenta reacción una vez estuviera a mi lado. Y ante todo, temor a volver a sumergirme en un cultivo de emociones que nada tenían que ver con el miedo pero que eran capaces de abstraerme de la realidad e impedirme pensar en otra cosa que no fuera él, Edward Cullem.
Pero todo ello quedo olvidado una vez que, para mi rotunda sorpresa, su aterciopelada voz llego a mis oídos, y a pesar de nunca haberla escuchado, supe que era la suya, pues ninguna otra criatura que estuviese a mí alrededor, podría producir jamás un sonido tan perfecto como el de su voz al hablarme.
- Parece que tendremos que elaborar el trabajo juntos – sus palabras llegaron a mi indiferentes, como si tan solo se tratara de la constatación de un echo. Eso es lo que era. – A propósito, aun no me he presentado – en esta ocasión su voz sonó más amable e igualmente perfecta. Tratando de contener los temblores de mi estomago a causa de ese maravilloso sonido, gire mi rostro hacia el lentamente, asustada, pero ansiosa al mismo tiempo. Habló - Edward Cullem, encantado de conocerte.
Error. Nunca debí haberme girado.
Su rostro se mantenía sereno, y trate de no mirarle a los ojos por temor a lo que pudiera ver en ellos. No obstante, para mi completa perdición, sus labios se encontraban curvados en una sonrisa. Estaba sonriendo. Me sonreía. A mí. Apenas podía creerlo.
Mis ojos, al igual que mis pensamientos, quedaron atrapados en esa maravillosa sonrisa que cubría su rostro, y todo lo demás desapareció. Fui incapaz de pronunciar una sola palabra, a decir verdad ni siquiera recordaba donde me encontraba, todo lo que podía hacer era limitarme a observar su sonrisa. La sonrisa que él me dedicaba.
- Tú debes de ser Bella – continuó dada mi repentina mudez. Lo más probable es que me tomara por estúpida, cosa, por otro lado, completamente normal teniendo en cuanta lo ridículo de mi comportamiento.
- ¿Cómo es que sabes mi nombre? – mi curiosidad pudo más que el hechizo que sin duda alguna él había alanzado sobre mi, de manera o no conciente.
- La verdad, todo el mundo lo comenta. – me sorprendió el tono desenfadado que otorgó a sus palabras. Nada que ver con la actitud arisca que había mostrado apenas unas horas antes - En un pueblo tan pequeño como este, los cotilleos resultan la única vía de escape. Tu padre y tu conformáis una novedad importante, y te aseguro que hay demasiada gente aquí dispuesta a explotarla.
- Lo se – acepte tratando de contener una mueca a causa del enfado que esa verdad ya sabida me producía – es solo que bueno… la mayoría de la gente que he conocido me llama Isabella…
- ¿Prefieres Isabella? – su tono ahora sonaba confuso, con un deje de frustración en la voz. Reprimí el impulso de mirarle a los ojos, me seguían produciendo algo de miedo no saber que encontraría en ellos. Por otra parte me sentía estúpida por insistir tanto. Ni siquiera comprendía el motivo que me había llevado a sostener una conversación tan estúpida con él.
Negué con la cabeza.
- No. Es solo que me sorprende. La mayoría de las personas se ofenden cuando les pido que me llamen Bella, lo consideran un nombre poco… - me esforcé por encontrar la palabra adecuada y terminar de una vez con aquella tontería – apropiado… - no era exactamente lo que quería decir, pero confiaba en que el me entendiera.
- ¿Entonces por qué insistes en que te llamen de ese modo? – parecía realmente interesado en lo que le estaba contando, y a pesar de sentirme algo estúpida, el impulso de contemplar su mirada se hacía más fuerte a cada instante.
- No me interesa lo que los demás puedan pensar – fue mi seca respuesta, no obstante tras unos segundos de silencio me forcé a continuar. – Isabella es un nombre demasiado convencional.
- Y tu no eres convencional – me interrumpió. No era una pregunta. Un deje de triunfo resonó de entre sus palabras, parecía extrañamente complacido de haber comprendido al fin mi extraña conducta.
Negué con la cabeza en señal de que no, no lo era.
- Estoy segura de que ha habido y habrá cientos de Isabellas alrededor del mundo – no comprendí exactamente el motivo que me impulsaba tan abiertamente a continuar hablando. No tenía sentido. Aun así, por el leve atisbo de su rostro que me atreví a observar, el pareció complacido de que lo hiciera. – y todas ellas – continué – se habrán conformado con una vida "normal". Habrán crecido siendo educadas para atender una casa, habrán esperado con ansias el día de su boda y finalmente habrán dedicado su vida a la cría de hijos. – Pause a tomar aire. Una parte de mi se sentida ridícula por dar a conocer mis sentimientos a alguien que era prácticamente un extraño, pero otra, y no sabía con exactitud cuan grande podría ser esa parte, se sentía extrañamente cómoda y feliz de liberar al fin esa carga, y extrañamente el echo de que fuera él quien me escuchara, acrecentaba considerablemente la sensación de extraña calma interior. – Yo no quiero ser como ellas. Siento que moriría con una vida así. Deseo estudiar, aprender y ser libre. El hecho de tener que conformarme con una existencia vacía, girando alrededor de un marido y unos hijos, viviendo a través de ellos, incluso aunque los amara, se me hace insoportable. Y lo peor de todo, es que se que eso es lo que se espera de mi. Por ese motivo escojo el nombre de Bella, siento que de alguna forma, mientras halla alguien que me llame de ese modo, el destino aun estará abierto para mi.
El silencio se formo tras mis palabras. El leve barullo de la clase a mi alrededor no parecía llegar a mi cerebro. Por el contrario este se encontraba demasiado adecuando tratando de asimilar que, prácticamente acaba de relatar mi vida a un extraño, y ni siquiera era capaz de comprender porque lo había echo.
Lo peor de todo, era que, con mis mejillas teñidas de rojo a causa de la vergüenza, me sabía completamente incapaz de volver a hablar o tan siquiera mirar a Edward Cullem por el resto de mi vida. O al menos eso fue lo que pensé en ese instante.
Justo en ese instante.
Tan solo en ese instante, antes que una extraña sensación, fría y ardiente como el hielo se posara sobre mi mejilla, arrastrando consigo cualquier atisbo de cordura que me quedara.
- Nunca podrás ser una más - sus palabras llegaron lentamente a mi cerebro, todavía paralizado por el contacto de lo que ahora había reconocido como su mano sobre mi mejilla y arrastraban una seguridad tal, que hasta por un momento yo también estuve segura de creerlo – No naciste para ser una más. Tu propio destino te lo impedirá.
No pude reprimirlo. Fue un impulso. Alce la mirada, dispuesta a todo y conciente de nada.
Un par de ojos dorados, semejantes al topacio, pero con un matiz algo más oscuro, me atravesaron los sentidos y colapsaron mi alma. Eran la cosa más hermosa que jamás había contemplado, mucho más que su sonrisa y dejando en ridículo al oro.
Aquellos ojos hipnotizadores fijos en los míos serían capaces de todo, incluso de cambiar mi vida, y eso lo supe en el instante en que mi mirada se poso sobre la suya, a pesar de rechazar el pensamiento apenas unos instantes después de que llegara.
- Tus ojos… - las palabras escaparon de mí en un susurro, como si fuese un extraño quien las prenunciara y no yo. Sin embargo bastaron para que el retirara su mano de mi rostro y me mirara confundido. Apenas había transcurrido un segundo desde que el la había depositado allí, sin embargo cuando el espacio ocupado por ella quedo solo de nuevo, un terrible y espantoso vació ocupo su lugar, un vacío que no me creía capaz de llenar.
- ¿Qué les ocurre? – su voz sonó relajada, curiosa, pero en algún momento, encubierto entre las letras, un deje de nerviosismo o culpa logro llegar hasta mi.
- Son diferentes - susurré. Lo eran, claro que lo eran. Eran completamente distintos al estremecedor negro que los ocupaba apenas unos días antes. Sin embargo, dada su influencia sobre mí, no pude discernir de cual de las dos formas resultaban más peligrosos.
- Siempre han sido así – sus palabras aunque amables, tenían un toque amenazador si cabe, y supe que era mejor no prolongar el tema, no al menos si quería seguir a su lado, cosa de la cual no tenía ninguna duda.
Me forcé a apartar mis ojos de los suyos, tratando así de hallar cualquier tema con el que proseguir la conversación. No hizo falta. Él comenzó por mí.
- Tu novio esta celoso – me señaló de nuevo relajado mientras esbozaba un especie de sonrisa torcida que me helo el corazón. No obstante, eso no impidió que me enfadara.
- No se de que me hablas – replique desviando la mirada de su rostro nuevamente.
- Debería decir entonces tu… ¿prometido? – la mueca de autentico espanto que se formo en mi rostro de forma involuntaria debió ser suficiente respuesta. - ¿protector? ¿Pretendiente? – le dedique una mueca furiosa, lo hacía a propósito, y lo sabía – Mike, entonces – trató de calmarme, tal vez porque percibió el extraño cosquilleo que recorría la palma de mi mano, deseosa de cumplir venganza. Aun así dejaba entre ver sus esfuerzos por no reírse. Gire mi rostro, decidida a no dirigirle la palabra, al menos por unos minitos – Tan solo me limite a expresar como se designa el mismo – trató de excusarse. Se veía a la legua que no estaba acostumbrado a ello. Tan solo logro hacerme sentir peor. – Pero fue una falta de respeto por mi parte y prometo no hacerlo más.
No pude reprimirme. Le mire divertida y note como su expresión se relajaba al comprobar que ya le había perdonado. Me reproche a mi misma ser tan débil, pero dudaba que alguien en mi lugar pudiera reprimirse.
- Se debate entre venir aquí y pedirme "amablemente" que te libere o – hizo una pausa – salir en busca del profesor y exigirle bajo amenaza que te coloque con él de pareja. – Le mire asustada. No deseaba cambiar de pareja. De hecho antes hubiera preferido tirarme por el atolladero que hacerlo. – Tranquila – enfoque con mi vista sus ojos, brillaban complacidos, pero también asomaba por ellos un atisbo de arrepentimiento y culpabilidad. No logre descifrar su significado.- No hará ninguna de las dos cosas. Ha decidido esperar a que me valla para interrogarte al respecto antes de intervenir. – me quede estupefacta, aunque el pareció no notarlo – Me sorprende. La prudencia nunca resalto de entre sus "múltiples" cualidades.
- ¿Cómo lo has hecho? – pregunte. Para mi descontento él se limito a mirarme con ojos inocentes y desconcertados - ¿Saber lo que piensa? – insistí.
- Siempre se me ha dado bien comprender los pensamientos de la gente – comentó sin darle importancia. No quede satisfecha con la respuesta. En lo absoluto. Pero no tuve tiempo de insistir. Pensé que tal vez lo hacía a propósito.
- Lo que me recuerda que debemos pensar en como vamos a hacer el dichoso trabajo. ¿Alguna idea?
- Muchas – respondí enfadada por el evidente cambio de tema. Para mi desesperación él espero paciente a que yo decidiera compartirlas – ¿No deberías adivinarlas? – pregunte molesta. Realmente no tenía ninguna idea en particular, pero no iba a permitir una nueva evasiva. Ya era bastante con el tema de sus ojos. Por mucho que lo negara yo sabía que estos habían cambiado de color, y dudaba que existiera algún invento capaz de producir aquello.
- Insistente. – me reprochó – Demasiado insistente. – por un momento me asuste. Su voz sonaba seria y distinta y en sus ojos brillaba el enfado. Sin embargo no tardó en relajarse. Me sorprendió su increíble capacidad de variar sus emociones cual si de mero jersey se tratara – Resulta, y quédate satisfecha con esto porque no diré más, que en tu caso me resulta mucho más complicado acceder a tus pensamientos. Únicamente contigo. – Pauso y un deje de contrariedad empaño su mirada, pero en seguida se recompuso, su expresión se relajo y volvió a mirarme curioso – ¿compartirás ahora tus ideas conmigo?
Asentí. Satisfecha. Por el momento.
- Había pensado que podríamos reunirnos esta tarde para realizarlo. – me obligue a mi misma ha improvisar, no quería reconocer que había mentido sobre mis ideas. - En la Biblioteca. – Dude – Tengo entendido que hay una, aunque sea muy pequeña – asintió.
- La Biblioteca es un lugar público – por alguna extraña razón pareció disfrutar con la idea. Me pregunte si verdaderamente seria tan tradicional, aunque pensándolo bien, quizá si era lo más prudente. Espere, pero el no pareció dispuesto a continuar.
- Eso complacerá a Charlie – comente, tratando de averiguar sus verdaderos pensamientos.
- Por supuesto – asintió - allí no habrá peligro.
Por alguna razón la idea de haberme perdido algo importante persistía en quedarse en mi cerebro. Por desgracia, no tenía ni idea de que podía ser ese "algo."
- Nos vemos allí, ¿entonces? – pregunte derrotada, pero sin ser capaz de reprimir la emoción que sentía al saber que volvería a hablar con el aquella misma tarde, y quizá de un modo mucho más extenso.
- Si, nos vemos allí – parecía ausente del lugar en el que nos encontramos, de mí. Hasta hacia uno pocos segundos se encontraba a mi lado. Ahora, algo, tal vez, de lo que yo había dicho o hecho, lo había alejado de allí.
- ¿A qué hora? – insistí.
- ¿A las cinco te parece bien?
Asentí, si él era capaz de ignorarme yo también. Tenía mi orgullo. Aunque me costo demasiado.
- Nos vemos allí – repitió, y por un instante sus ojos se posaron de nuevo sobre los míos, y su fría mano volvió a acariciar mi mejilla, brevemente, tan breve que podría haberlo imaginado, pero el quemazón que esta me había dejado no era un sueño. Supuse que su caricia tampoco.
De forma inconciente cerré los ojos buscando revivir el momento. Cuando los volví a abrir, él se había ido.
Un lento suspiro escapo de mis labios.
Una de mis mejillas seguía ardiendo, la misma que Edward Cullem había acariciado.
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